Francisco Valiente
Convocados por el grupo de viajes del Colegio y en los días previos a la Semana Santa del año en curso, concretamente en la mañana ligeramente lluviosa del 21 de marzo, nos dirigimos, subiendo la Cuesta de Jabonería, hacia la Iglesia de Santa María en Cádiz.
Llegados a la sede de la Asociación Amigos del Monasterio de Santa María, en la calle de este mismo nombre en su esquina con la calle Mirador, fuimos cordialmente recibidos por sus socios, con D. Antonio Jiménez Fernández (presidente) y D. Antonio Ramos Gil (vicepresidente) a la cabeza.
La cita era una visita guiada al conjunto religioso Iglesia y Monasterio de Santa María.
Tras los comentarios de D. Antonio Ramos Gil, nuestro historiador-guía, y las explicaciones de un audiovisual, conoceríamos que el monasterio, que no convento de Santa María, se fundó en el año 1527, por una comunidad de monjas de la Orden de la Inmaculada Concepción, con el nombre de Santa María del Arrabal, según consta en las escrituras de constitución, dado que se fundó donde ya en 1516 existía una ermita en la parte superior de lo que se llamaba la montaña de Santa María y a extramuros de la ciudad medieval, que comprendía lo que hoy sería el Barrio del Pópulo.
Se decidió su constitución por el Obispado de Cádiz-Algeciras y el auspicio de varias familias importantes y adineradas de la ciudad, presumiblemente con la idea de que sus hijas pudiesen profesar, dado que sería el primer monasterio que se crea en la ciudad.
Tras el acoso anglo-holandés en 1596, tanto la iglesia como el monasterio son casi destruidos, iniciándose en 1603 la reconstrucción y realización de nuevas dependencias como el claustro, refectorio, etcétera, incluyendo una iglesia sencilla de planta rectangular y una sola nave cubierta con bóveda de cañón.
En 1616 bajo el patronazgo de Esteban Blanqueto se realizaron grandes mejoras bajo la dirección del Maestro Mayor de la ciudad Alonso de Vandelvira, tales como una nueva capilla mayor y una nueva capilla para la cofradía del Nazareno.
Tras la introducción y reseñas históricas comenzamos la visita que D. Antonio Ramos denominó “visita en obras” dado que el monasterio está actualmente en fase de rehabilitación y en un estado de conservación lamentable con numerosas filtraciones y apuntalamiento de muchas de sus estancias, si bien ya hay un proyecto para la primera fase de la reconstrucción y un plan director para todas las dependencias del monasterio, cuyo principal escollo es la falta de fondos.
Iniciada la visita en la propia iglesia nos presentaron cada uno de sus elementos, como la capilla mayor y el crucero, destacando el retablo de 1765 en madera dorada y el púlpito rococó de José Benítez Melón (siglo XVIII) y que sustituyó al primitivo encargado por Esteban Blanqueto al ensamblador Alejandro de Saavedra.
También nos contaron detalles de las distintas capillas. La de Santa Ana, propiedad de D. Alonso de la Rosa y su familia en 1689, y que por su orientación este-oeste, su situación junto al antiguo coro de la comunidad y por el arco apuntado que da acceso a ella, hace pensar que en este lugar se ubicara la antigua ermita de Santa María del Arrabal.
La de Santa Beatriz, capilla levantada en 1605 en el espacio ocupado anteriormente por el “coro bajo” de la comunidad religiosa y que durante años (1750-1839), estuvo cedida en usufructo a la cofradía del Santo Entierro.
Y la de Jesús Nazareno. Capilla adosada a la Iglesia del Convento de Santa María, se construyó entre los años 1616 y 1617 según trazas de Alonso de Vandelvira. Contiene, además de la talla de Jesús Nazareno, un destacado catálogo de obras de arte, como el retablo, el zócalo de azulejos holandeses y la pila de agua bendita traída de Génova.
Saliendo de la iglesia nos fijamos en su fachada. Tal vez la imagen más característica del monasterio y del barrio de Santa María, ya que se trata de la única composición de torre-fachada con que contamos en Cádiz, diferenciando la portada y el campanario.
De nuevo en la calle Santa María, nos dirigimos a la calle Mirador donde nos encontramos con la fachada restaurada del monasterio respetando todos los huecos originales existentes, tanto abiertos como cerrados y donde actualmente se encuentran alojados las fotos y murales de la exposición sobre el pasado, presente y futuro del inmueble y su plan director de rehabilitación. Nuestro guía nos recordó cómo durante su restauración encontraron algún resto óseo de animal, al parecer una falange y que supuestamente se utilizaban como los actuales espiches o tacos de sujeción para ganchos o argollas hacia la calle. También podría tratarse de mechinales dispuestos para eliminar la humedad.
Desde la calle Mirador y tras pasar una gran puerta metálica, accedemos ya con nuestros cascos de seguridad colocados, como tal visita en obras, al interior del monasterio comenzando por su parte más antigua: El patio del Olivo. Aquí encontramos las casi únicas casas originales del siglo XVI existentes en Cádiz, junto con alguna construcción del barrio del pópulo y que fueron las primeras utilizadas p
ara constitución del monasterio (1527). El olivo que da nombre al patio es un árbol centenario, quizás el único testimonio que parece ha sobrevivido de la huerta del monasterio. También nos recalca nuestro guía la importancia de algunos azulejos originales en los bancos de mampostería del patio.
Desde este patio fuimos visitando la mayoría de las estancias del monasterio. Las sacristías: Hay dos, la “exterior” para los oficiantes con muebles litúrgicos y un interesante y extraordinario aguamanil ejecutado en mármol blanco por Cayetano de Acosta, que sin duda se trata de una espléndida pieza rococó que se cuenta entre las más valiosas de su género en Andalucía. La sacristía “interior” formaba parte de la clausura y se usaba únicamente por la comunidad para preparar y custodiar los ornamentos del culto.
La cocina y el refectorio: Por la conservación de su fogón y chimeneas originales, la cocina, situada junto al refectorio, recuerda la forma de cocinas medievales con cuatro columnas pequeñas sobre las que descansa el tiro de la chimenea.
El refectorio: Una de las zonas más afectadas por las filtraciones, muestra casi todo el techo afectado y apuntatalado, mostrando las vigas originales con diversos y distintos tipos de sujeciones y reparaciones de las mismas, prácticamentetodo un catálogo. En el refectorio llama la atención un púlpito original de madera del siglo XVII y algunas mesas y puertas de la época.
El claustro: Sin duda la parte central del monasterio. Fue levantado en 1631 con arcos de molduras geométricas y columnas toscanas de mármol genovés. En la zona central se disponen d
os brocales de pozo fechados en 1760 y bajo ellos se disponen dos aljibes. Además de ellos hay un gran brocal cilíndrico de mármol blanco fechable en el siglo XVII.
El patio pequeño y casa del capellán: Su construcción se corresponde con la ampliación definitiva de las dependencias conventuales llevada a cabo en 1631, momento en el que se decide cambiar la puerta de acceso al monasterio, en el Campo del Sur, a la parte baja del mismo y así estar mejor conectado al barrio y a la ciudad, por su entrada desde la calle Teniente Andújar. En el centro de su planta cuadrangular se ubica un brocal de pozo realizado en mármol con sencillo herraje que nos indica la existencia bajo él de un aljibe. La casa del capellán servía de alojamiento al cura que asistía a las monjas de clausura en las misas, rezos y sacramentos, dado que no podían abandonar el monasterio.
Esta zona es la que en primer lugar se tratará de habilitar para “monasterio de realojamiento” de las monjas concepcionistas, actualmente alojadas en el convento de Santa María de la Piedad en la calle Feduchy, quedando posteriormente como hospedería , una vez terminado todo el plan director.
Dependencias: En un momento de la visita pudimos contemplar algún aposento de las monjas, ahora abandonados y sin habitantes, que nos hacen imaginar la simpleza y humildad de los mismos, si bien nos enseñaron algún libro de lectura conservado en uno de ellos: “El universo según Einstein”, por lo que es de suponer alguna inquietud más que la sola vida contemplativa.
Finalizando la visita y pese a la ligera lluvia que nos acompañó durante lamañana, subimos desde las dependencias hasta los miradores y azoteas del monasterio. Subiendo las escaleras pudimos comprobar con que cuidado y mimo las monjas protegieron el pasamanos de madera, antes de tenerse que marchar, al que cubrieron con una tela modelada , primorosamente cosida a mano en su totalidad.
En las azoteas nos mostraron las obras de impermeabilización realizadas hasta ahora y la magnífica vista de la bahía que se tiene desde las mismas. También desde ellas se podía contemplar, hacia el lado contrario, la zona de mar abierto, denominada mar de vendaval que, necesitando mayor protección, se dispuso en forma de mirador (un elemento habitual en la arquitectura conventual femenina). Actualmente y por las obras de acondicionamiento y protección del monasterio, estos miradores se encuentran tapados, pero nos dan una buena idea de su uso y disfrute presumiblemente, junto con la desaparecida huerta, de uno de los no muy numerosos periodos de esparcimiento en la austera vida monacal.
Desde este espectacular enclave pusimos fin a la visita, no sin antes hacer mención a una de las más notables inquilinas de este monasterio a lo largo de su historia: María Gertrudis Hore y Ley (1742-1801), otrora alta dama de la burguesía gaditana, mujer culta y de exquisita formación a la que sus contemporáneos llamaban “Hija del Sol”, para significar con ello cuánto brillaba entre las otras damas de su época. Extraordinaria poetisa, decide profesar como monja de clausura a los 35 años de edad, con el nombre Sor María de la Cruz Hore tras un supuesto adulterio. De su obra se conocen hasta 58 poemas, de los cuales se publicaron doce en el siglo XIX.
Para quienes deseen realizar esta “visita en obras” pueden ponerse en contacto con la asociación amigos del monasterio Santa María de Cádiz (https://amigosdesantamaria.wordpress.com)