Cristina Baena Vaca
Una vez recuerdo haber pisado la nieve, muy pequeña, pero nunca vi nevar. Ahora, cada vez que vea los copos caer, sentiré magia fresca en mí, porque en eso se resume este viaje, en sentir magia, ilusión, frescura y expectativas.
Y ¿Cómo tener un entorno tan idílico y fuerte sin exprimirlo? A risas, frío y caídas, bueno y también comidas y ropas y fotos y más ropa y más comidas y más caídas y el mono, y quita el mono y ponte mono y vuelta a comer… Ay… ese mono, 5 kg de ropa, y además al mono súmale 5 kg más en cada pie por las botas.
Una vez dispuestos y “monísimos” con nuestro gorro, guantes, 10 kg de ropa debajo, 10 más en cada pie, gafas y braga bufanda y nuestro mono… acompañados de andares como el muñeco Michelin nos disponemos a emprender nuestra primera aventura en moto-nieve.
Extraña y complicada, pero increíble, adentrarte conduciendo en el bosque, sin nada más que nieve y árboles y la banda sonora de los esquíes de la moto deslizándose, todo precioso como si de un cuento se sacara, hasta que te das cuenta que el cristal del casco se empaña, entonces lo abres, te congela la cara… pero merece la pena… entonces vuelven a empañarse las gafas de sol y te das cuenta que la braga está empapada de vaho y la bajas para poder ver, porque era importante ver, a veces te cruzabas con un quitanieves, un esquiador o alcanzabas la moto de delante… cuando bajas la braga y dejas asomar la boca para evitar empañar las gafas, notas que te vuelves a congelar, pero lo más importante: Ver bien, a pesar que un Angel se comió un quitanieves conseguimos llegar sanos y salvos a la cima de la montaña, una de las mejores vistas de allí, poder capturar en un instante la alfombra nevada de árboles casi me cuesta la mano, pero el dolor de no sentir los dedos, merecía la pena, esos dedos entraron en calor buscando amatistas entre miles de pedruscos que echaron allí para entretenernos de buena manera un rato. Lo mejor vino después, vuelta a la moto y al frío; próximo destino, comida cerca de un fuego en una casa sin techo, ojo, pero con paredes, eso solo te lo encuentras allí… ¡cierra la puerta que se va el calor! Bromeábamos. Esa cazuelita de salmón con papas no se me olvidará en la vida ¡qué bien nos sentó¡ y salchichas de reno para acompañar. Cuando nos dimos cuenta la braga bufanda era una mezcla de babas, mocos, salmón, salchichas y humo que no se puede describir, pero también nos quitaba el frío del cuello. En fin vuelta a la moto… Pero… espera antes un señor le ha cedido el puesto de conductor a su mujer y ha querido probar la moto nieve por la pared de la casa, sin techo pero con pared, y el señor haciendo la croqueta por la nieve para evitar tener que ir al hospital que está a dos horas, mejor hacer la croqueta, ¡!!señoraaa deje de acelerar que al final deja la casa sin techo y sin pared¡¡¡.
Quiénes son, me preguntan, mis padres les dije.
Sin daño ninguno volvimos disfrutando todo lo que pudimos y más, ahora a descansar a comer más y a buscar auroras.
Bajo nuestros pies un lago congelado y sobre nuestras cabezas el entusiasmo y las ganas de encontrar a “Aurori”. Algunos vimos un leve comienzo-amago de una, o quizás era nuestro querer, qué más da, estuvimos todos allí, con el estómago calentito sobre el lago congelado como si de una reunión de PINGUS se tratara.
Vamos a la Granja de los Huskys¡¡¡¡ parece que hoy nos pesan menos los trajes… es un decir porque llevamos más ropa debajo ya que la temperatura baja hasta los -27 grados pero vamos a la que para mí fue la cumbre de todas las excursiones del viaje, disfrutar junto a ellos es toda una experiencia, se comparten sus jadeos de felicidad mientras que los esquíes se deslizan a su paso, su entusiasmo, su mirada azul, su vida dedicada a servir al hombre y hacerle la vida más fácil en un lugar donde la dureza del día a día queda patente. A estos perros hay que nombrarlos juntos con el animal estrella de este país, el Reno, ambos contribuyen por igual a formar la idiosincrasia del pueblo Samie, su paseo fue relajado, bello, majestuoso en un trineo que nos hizo recrearnos en el paisaje.
El paisaje, voy a hablar de él: Cuando vas a un destino te pueden contar miles de detalles anteponiéndote a lo que vas a encontrar allí. Yo personalmente intento visualizar lo que veré, o imaginar cómo puede ser lo que voy a descubrir, porque no hay nada más bonito que descubrir cosas, vistas, gente, aires y sensaciones nuevas. Bien, pues no sirvió de nada visualizar, puesto que lo que presenciamos, en cada copo que caía en nuestra mejilla, como si de una pelusa impoluta que baila en nuestra piel se tratara, nos dejó un frío agradable y una claridad en nuestros ojos que nos ayudaba a ver, mejor aún, los miles de árboles verdes vestidos de blanco, como si fueran a empezar a caminar porque llegasen tarde a su fiesta de noche, todo tan elegante, sutil y silencioso.
Un silencio tan agradable… prácticamente el silencio más dulce que he conocido, al que, a veces, acompañaba el crujir de la nieve. Nunca he visto un suelo más bello, como si su horizonte fuera una extensión gigante de un folio perfectamente en blanco que miras justo desde el borde, solo que si soplas te das cuenta de que no es un sueño aquello tan maravilloso, porque los copos vuelan. El cielo azul perfecto, ni tan brillante ni tan apagado, encajando a la perfección con la copa de los arboles piramidales bicolor, verde y blanco, y más blanco abajo, ese encantador suelo, que te cuenta, sin llamar la atención, lo que ocurre allí.
Y cuando nieva… igual de bonito, porque son dos suelos, el cielo blanco grisáceo, empatiza con su paralelo y se hace reflejo de él, y entre medias aprecias más los pocos colores que la nieve deja ver.
Esta postal, hecha realidad, sin filtros, no se puede olvidar.
Y qué decir de la última de las excursiones del viaje, una marcha con raquetas, que sumadas a los trajes y las botas nos añadió un grado de minusvalía al que casi estábamos acostumbrados, que entre tropiezo y tropiezo nos hizo profundizar y conocer los secretos de ese maravilloso bosque, bebiendo de la nieve, o bueno, más bien comiéndola a base de caídas entre risas y más risas, luego vuelta a comer en las kotas, resguardándonos del frío alrededor del fuego.
La última noche en Luosto, fue mágica, cenamos con los samis, una nativa nos embelesó con su cantico único, trasmitiéndonos su energía y su gozo, empatizando con el cielo… que la escuchó y nos brindó el más bello de sus espectáculos, la AURORA BOREAL, parecía que todas las leyendas cobraran vida por momento, el zorro, los cánticos y nuestras inmensas ganas hicieron que comenzara a bailar en el cielo hasta que bailamos con ella y con sus colores, llenándonos de ilusión, de alegría y satisfacción por haber sido testigos de una de las experiencias irremediablemente más asombrosas del planeta.
Viajar es engrandecer el alma y los sentidos, sencillamente enriquecernos.
Gracias compañeros de viaje y gracias a la vida por ofrecerme esta oportunidad.
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