(Crónica del Camino de Santiago. Grupo de Viajes del COMCADIZ)
Por José Enrique Izco Naranjo
Los Arcos nos esperaba, guardado en el recuerdo de un ayer peregrino y con el que queríamos reencontrarnos. Hay lugares, dicen, y momentos… que siempre deberían quedar en nuestra memoria.
Nos esperaba… pero antes, teníamos que iniciar la vuelta.
El día 15 llegó y el autobús fue devolviéndonos, en su recorrido de reencuentro, a ese ayer. Las horas nos iban acercando, entre andenes y equipajes, a nuestro reinicio del Camino. Los recuerdos y aquellas mismas canciones, desde otros mismos asientos, volvían, nunca olvidadas, y nos llevaron a Logroño.
Éramos, ya todos, como fuimos hace un año, un mismo peregrino.
Nos recibió Logroño, como huéspedes de un camino por hacer, y tras dejar el equipaje y comenzar a saborear su gastronomía, y sus vinos, nos aventuramos a conocerla. Fueron unas gotas finas de agua las que quisieron aclarar más la belleza de los peregrinos de Valvanera, de su Muralla del Revellín, y pudimos contemplar y empezar a sorprendernos con retablos y dinteles en sus Iglesias de Santiago, donde su cripta nos invitaba a la oración, su retablo a la admiración y su nuevo paso de Semana Santa a la opinión… de la Imperial de Santa María de Palacio, con su cúpula de aguja escondida y retablo plateresco, o con la de San Gregorio, impresionante portada gótica y de visita fugaz y “vigilada”, finalizando, en su Concatedral de Santa María de la Redonda, en la plaza del Mercado, donde en el deambulatorio, al pasear por su girola, pudimos contemplar El Calvario, un Cristo vivo de autoría, tan irreal como posible, a Miguel Ángel Buonarroti, pero antes, en ese paseo de tarde logroñés, supimos de sus cuatro puentes, del de piedra, del de hierro, la pasarela y, el más original, el 4º, que junto con el juego de la oca nos hicieron disfrutar de una ciudad bañada por un Ebro, frontera y defensa, y de su historia, de calados y de vides. También, y como fieles a una tradición, visitamos la calle Laurel… pero esto es otro camino.
La mañana se levantaba clara y nerviosa… zapatos o botas, mochilas y gorros, bordones o palos nos mostraban que volvíamos a ser peregrinos y Los Arcos era nuestra aurora del Camino.
Una visita apasionada a la Iglesia de Santa María de Los Arcos fue preludio de nuestra nueva primera etapa, su pórtico renacentista, su retablo principal, barroco, con la Virgen sedente de los Arcos, “nigra su sed formosa”, el órgano rococó y su claustro gótico flamígero nos impresionaba y nos invitaba a iniciar nuestro andar hacia Viana.
Alguna promesa quedó para volver un viernes santo para contemplar su Descendimiento… pero hoy era otro nuestro destino.
Aún en tierras Navarras, y saliendo de Los Arcos por el puente del Vado, el camino nos recordaba el andado un año atrás, cereales, olivares, algún nogal y arañones y viñas que junto a tantas moras nos irían acompañando a lo largo del camino por senderos de Navarra y de La Rioja. Fue, saliendo de Los Arcos, camino de Sansol, cerca de un cementerio pequeño, donde un rosal se enseñaba rojo sobre su muro, una piedra, dejada en el suelo, me acercaba un mensaje que no quise olvidar y que es “liturgia” del Camino… “No tengas prisa por llegar, pues no es la meta el destino, la respuesta hallarás mientras haces el camino”.
Atravesamos el arroyo de San Pedro y ya éramos el grupo de peregrinos de siempre, el camino nos envolvía de su magia y de su mundo interior y nuestro caminar nos acercaba, en el silencio de nuestros pasos, a nosotros, y a Viana. Cruzamos Sansol y Torres del Río, recorriéndola y viendo su iglesia del Santo Sepulcro… quedando ya atrás, pasamos junto a su cementerio, callado y solitario, y nos dirigimos a la ermita de la Virgen del Poyo, tomando luego una pista de tierra que nos dejaba, junto al calor de la jornada, ese cansancio de reflexión del porqué estás y que quieres del camino.
Llegamos a Viana, desde el este.
La tarde nos enseñó una Viana monumental entre sus 5 arcos de entrada, con su plaza de los Fueros dominada por la fachada de un blasonado ayuntamiento, la plaza del Coso con su Balcón de Toros y en la Iglesia gótica, de la Asunción de Santa María, majestuosa, nos deslumbró de Renacimiento su portada… y en su exterior… Cesar Borgia yaciendo aún sin poder visitarla. Antes, al salir, una frase, nos hacía reflexionar “si tu Dios es judío… ¿cómo te atreves a decir que tu vecino es extranjero?”. No podíamos decir adiós a Viana sin visitar el que fue templo gótico cisterciense de San Pedro, el ayer de unos recuperados frescos, de un rosetón vacío y de una cúpula de transparente cielo.
Viana la íbamos dejando atrás por el ocaso, después de atravesarla desde su calle del Cristo a Fuente Vieja, e iniciábamos, así, nuestra segunda etapa. Un camino de tierra nos iba acercando a la ermita de la Trinidad de las Cuevas, avanzando en un paisaje de viñedos y olivares, que nos iba llevando a Logroño. Antes, unos pinares y una celulosa decían adiós a Navarra y entrábamos en La Rioja. Logroño se acercaba, y una pista de asfalto nos hizo pasar por la casa de la Sra. Felisa, que en su hospitalidad ofrecía “pan, agua, higos y amor” para el peregrino, desde allí, con alguna calabaza de más en alguna de las mochilas, empezamos a acercarnos al Ebro para atravesar Logroño.
El río fue quien nos llevó a la ciudad y nos invitó a atravesarla por su puente de Piedra, con sellado de credenciales, siguiendo, luego, camino por Rúa Vieja, Fuente de los Peregrinos, junto a Iglesia de Santiago, cruzando, finalmente, la Puerta del Camino dejábamos atrás la ciudad antigua. Entre nuevos edificios dijimos adiós a la capital riojana para adentrarnos en su parque de la Grajera. Por un camino de cipreses, de sauces y césped, nos acercamos a un embalse de garzas, patos y aguas grises, su pantano… y a una parada. En ese punto, un rosal y una frase, “Rosa del Camino de Santiago”, daban un toque bucólico a un descanso merecido.
Continuamos hacia Navarrete… pasando por el alto de la Grajera, y, dejando a la izquierda la ermita de Nuestra Sra de la Locura, empezamos a divisar nuestro destino.
Las ruinas del antiguo hospital de peregrinos de San Juan de Acre, a la entrada de Navarrete, nos esperaban… pero antes, entre cruces de madera que separaban el camino de siempre con el hoy de asfalto y civilización, tuvimos que vivir otra forma de hacer El Camino, el de la renuncia, el del abandonar lo que tanto se desea, ahora Carmen, antes Luis, tuvieron que sufrir esa experiencia.
La tarde nos sorprendió con unos inolvidables momentos… y un nombre, Gloria Treviño. No podría tener mejor y más personal guía para tan excelso conjunto religioso. El Monasterio de Santa María la Real de Nájera, arropado por la montaña como un manto de barro, nos hacía disfrutar de esa primera imagen, escondiendo, tras sus altos muros, el templo y el claustro, llamado de los Caballeros.
El templo, en su retablo mayor, barroco y de columnas salomónicas, nos mostraba una imagen románica de la Virgen de la Cueva sosteniendo a un Niño que nos bendice, sorprendiéndonos, en su camarín, la representación de la leyenda de don García, la jarra con azucenas, la lámpara y la campana, y, frente a él, a los pies de la nave, La Cueva, el lugar elegido para que el halcón la encontrase, hoy panteón real, y, separados por una verja, dentro, en el templo, el de los infantes… Y los claustros…, la puerta de Carlos I nos acerca al de los caballeros, donde el paso de la revolución francesa en las esculturas decapitadas no hace disminuir la belleza de un gótico plateresco sublime, al superior nos une la Escalera Real, impresionante cúpula de pintura en” tranpantojo” que no nos hace engañar lo que hemos admirado… el color y la piedra… y la leyenda.
De la falsa tumba de Garcilaso de la Vega que escondía sus muros, no vamos a comentar… mejor nos lo cuenta Gloria en otra visita.
Iniciamos la tercera etapa y Navarrete nos esperaba para un encuentro y una despedida… la iglesia de la Asunción era el encuentro y el inicio de ese corto e intenso recorrido por la calle Mayor hasta la plaza del Arco. Con dirección a Nájera salíamos de Navarrete pero antes, decíamos adiós a Flor, que se unió a este grupo para saludar la amistad.
Salíamos y una impresionante portada románica me hizo olvidar lo que unos grandes cipreses señalaban que había tras esos muros… pero había que acercarse. La historia, como tantas veces, ha cambiado los destinos… su puerta y las ventanas pertenecieron al antiguo hospital de peregrinos de San Juan y hoy dan descanso a quien muere tras su verja, de forma especial a Alice de Crae, en homenaje a todos los peregrinos cuyo final es el Camino.
Continuamos por una pista terriza entre vides, olivares y árboles frutales, las huertas nos iban acompañando camino de Sotés, en un aprovechamiento de la tierra casi mágico. El día había querido regalarnos un rocío agradable para acompañarnos parte de la etapa. Cruzamos la carretera y entramos en otra pista ancha y firme que nos iba acercando a Ventosa, dejándola, como Sotés, cercana pero no en nuestro camino jacobeo. Ventosa a un lado, seguimos por un camino algo pedregoso, pero con el verde de vides que nos acompañaban desde Navarrete, y llegamos al alto de San Antón, sorprendiéndonos la sierra de la Demanda como un paisaje que se abre a nuestros ojos para regalo del peregrino, y al fondo un Nájera lejano pero que nos esperaba.
Dejando a la izquierda la Demanda andamos el sendero que nos acercaba a la leyenda de Roldán y el gigante Ferragut, en el paraje de Alesón, la leyenda de siempre se riega hoy con los racimos de tempranillo y mazuelo que nos seguían acompañando. Nájera seguía cerca pero escondida… tuvimos que atravesar por un pequeño y coqueto puente de madera el río Yalde, seco en su cauce, y llegar al Najerilla, pasando por la Iglesia de las Clarisas de Santa Elena para acabar la etapa. Ya éramos Najerinos… peregrinos en Nájera.
Y fuimos a sellar las credenciales al Monasterio y a saludar a Gloria… lo prometido.
Tras una nuevo degustar los productos de la tierra, los Monasterios de Suso y de Yuso nos esperaban. Alberto nos llevaba hacia ellos y Raquel nos comentaba esa siluetas de “perrito” con la que asemejaba Logroño y esa otra de “león dormido” que nunca pude averiguar en el horizonte, pero si, que del Ebro bajaban 7 ríos y de ellos esos 7 valles que tanto han significado en la historia de Logroño… y ya, entre explicaciones y buen ambiente, estábamos en San Millán de la Cogolla. Visitar Suso requería un máximo de visitantes y subida en un pequeño autobús, cuya cabida era la de ese cupo exigido, ¿casualidad?. Nos dividimos y los que esperamos, lo hicimos saboreando un café que tuvo una buena “comanda”.
Suso se nos presentaba dominador desde su atalaya, desde esas cuevas que San Millán eligió para su vida eremita. Desde ellas, los estilos visigodo, mozárabe y pre-románicos fueron formando desde su cenobio lo que hoy es, en una unión de historia y de mística… dejándonos, además de a un olvidado patrón, uno de sus tesoros, las Glosas Emilianenses, primer testigo de la lengua española… y del vasco.
De la imagen de San Millán con hábito benedictino, mejor el silencio.
Abajo, Yuso… nacido de la leyenda de unos bueyes y un milagro, se levantaba imponente en su estilo herreriano, renacentista y barroco. De un pasado benedictino, nos aguardaba, tras el Salón de los Reyes y después que su claustro procesional nos invitase a entrar en su iglesia gótica y catedralicia, con su sorprendente historia en forma de elipse… donde un rayo de sol, cada equinoccio, juega, con el óculo de su rococó trascoro y el rosetón de su fachada, invitándonos a la ciencia y al misterio.
Del templo, sus dos lugares de oración, de monjes y pueblo, un púlpito y un fascistol en silencio de homilías y de cantos. Pasamos a la Sala Capitular, con su suelo de alabastro y su cuadro, que siempre nos observa, y una Virgen de los Angeles que nos mira desde su retablo.
Yuso nos despedía enseñándonos sus tesoros en forma de Códices y Cantorales, … y dos arcas, una con los restos de San Millán.
Atavismo, historia y arte, leyendas, el nacer de una lengua, un olvidado patrón … y dos guías diferentes … pero recordadas.
El amanecer del 5º día, nuestra 4ª etapa, empezó con trasiego de maletas… dejábamos Logroño, atrás quedaba la fuente de los espaldas mojadas y el recuerdo de una Rioja que pintaba sus casas con el color de su vino entre entrañas de sarmientos. Las prisas no rompían los detalles.. y un café traído en la mañana, mientras el autobús esperaba, nos regalaba un gesto peregrino de Gaspar.
Najera esperaba para empezar a despedirnos. Cruzamos su río Oja y atravesando sus calles, la decíamos adiós dejando atrás su monasterio. Una pista arcillosa nos acercaba a Azofra, y una Picota, que creí crucero, nos despedía de ella; otras vides nos acompañaban y un fugaz manantial nos cambió el paisaje, como un sueño, para volver a cepas y a ese color dorado de la paja cortada. El calor salía a nuestro paso recordándonos que éramos peregrinos.
Azofra olvidada, nos encaminamos hacia Cirueña. Las vides iban dejando de ser compañeras en nuestro caminar, y una subida alargada y solitaria, de firme terroso, nos aproximaba a Cirueña. Un cesped verde y unas bolas blancas nos llevaban a una realidad casi olvidada… llegamos a Cirueña y rodeándola, como si no quisiéramos formar parte de su descanso, nos ponía en la ruta de Santo Domingo. La veíamos… la torre, siempre esa torre, como guía y como faro en nuestro caminar… la ves y caminas, caminas y la ves… y se nos esconde, y vuelves a caminar para volver a verla y ella te lleva a ella, a Santo Domingo de la Calzada, a su catedral, a su calle mayor, al final de nuestra 4ª etapa.
Comíamos en el Parador para empezar la tarde, el antiguo Hospital volvía a ser alimento y fuerza para el peregrino, en su siempre Plaza del Santo, frente a la torre exenta y entre la Catedral y la ermita de Nuestra Señora de la Plaza, donde un monje, desde su silencio del rezo, la miraba.
Entramos en la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, y unas fotos ante una particular representación del milagro del gallo y la gallina nos hizo la espera mas fugaz y mereció la pena. Llegó el guía, tarde, extraño en su aparecer, pero pronto cautivó su magisterio… diferente, distinto, contador de una historia incontable, de un Santo Domingo, mas en Domingo García, con habito de eremita, en una soledad no buscada en su laicismo entre peregrinos, con ese rosario en su mano que no conocía, hacedor de caminos y levantador de almas y puentes… nos hablaba, frente al retablo desplazado, de esa virgen coronada como reina castellana en un ayer judío y moro, y en las capillas del deambulatorio nos comentaba la realidad de una historia olvidada de enterramientos, de privilegios y de epidemias. Pero La Catedral también guarda un gallinero gótico, y un Coro plateresco, y escondido tras el retablo, como una joya tardorrománica en el presbiterio, estaban los pilares con una decoración figurativa. Los estilos románico, gótico y barroco se entrecruzan como una lección del pasado. Y antes de irnos, nos volvió a sorprender, llevándonos a la realidad del hoy… nos mostró su Columbario.
Lo recordaremos…también al guía.
El autobús nos llevó, luego, a la Abadía Cisterciense de Cañas, habitada desde el siglo XII por monjas de la regla de San Benito de Nursia, y su guía nos mostró con una apasionada, convencida y sentida intensidad su iglesia, de luz de recogimiento… como solo el alabastro puede dar, su sala capitular, con el sepulcro de Doña Urraca, que dicen incorrupta, y la Cilla, con el Lactatio de San Bernardo y su Sala de reliquias, donde las herraduras del caballo de Santiago y un trozo de la cruz de Cristo, Lignum Crucis, serían, como no, de interesante explicación, quizás, por nuestro anterior guía.
Iniciábamos la 5ª etapa y la lluvía quería acompañarnos en nuestro peregrinar. Ponchos, chubasqueros y capas salieron de nuestras mochilas para formar parte de nuestro atuendo de caminantes. Cruzamos el río Oja y dirigiéndonos a poniente empezamos a recorrer una pista de tierra que nos acercaba a Grañón, pasando antes por la Cruz de los Valientes, historia de litigios, rivalidades… y caparrones.
Trigales y girasoles eran ya compañeros del camino. Atrás Grañon, decíamos adiós a La Rioja, mas girasoles convertidos en figuras sonrientes nos daban esa nota alegre y simpatica de un peregrinar cansado, recogido, individual en el sufrimiento, alegre en lo compartido, de esperas, de renuncias, de charlas, de silencios…de oración.
Entramos en Castilla y León.
Redecilla del Camino, Castildelgado y Viloria de Rioja la fuimos caminando entre sus iglesias de la Virgen de la Calle, de San Pedro y de Nuestra Señora de la Asunción, y entre sus piedras grises de sus calles Mayores. Burgos se nos abría castellana. La aridez dorada de sus campos y una terriza pista nos llevaron a Villamayor del Río. Antes conocimos a Ana… se agarraba al brazo haciendo de uno bastón en su peregrinar…cerca, su padre, la miraba y nos sonreía en un agradecimiento callado y complice, orgulloso de los amigos que la vida pone en el Camino. De ellos, una lección.
La tarde nos llevó a Haro, y pudimos admirar en su barrio de la herradura la Iglesia de Santo Tomás con su impresionante puerta plateresca y retablo barroco, al lado, el Palacio de los Condes de Haro, donde nunca vivieron y que nunca tuvieron. La subida al mirador nos hizo contemplar la importancia de la ciudad y su historia de Rioja Alta. Bodegas y el Ebro la contemplan. Una cata y una visita nos esperabaN. Marqués de Riscal nos abrió su historia y nos enseñó como sus racimos se hacen tesoro rojo en la oscuridad fresca de unos calados centenarios. Tradicción y liturgia, silencio y trabajo, campo y crianza…
La misa del peregrino de la tarde no la olvidaremos… un violonchelo, un piano y una voz de soprano nos llevaron al recogimiento entre bóvedas y pilares cargados de pasado.
Era la última etapa y se notaba en el cansancio e ilusión de cada rostro. El autobus nos acercaba al comienzo de nuestra última llegada. La pista de ayer nos iba alejando de Villamayor y acercando a Belorado, el paisaje rendía tributo a Castilla, “pacas” de paja en un campo seco de sol y de aire… y los olores…canela, alucema, tomillo… era otra cata, donde el vino rojo se hacía camino. El barrio del Corro con la Iglesia de Santa María nos vió entrar en Belorado, y una calle de manos y pies grabados en el suelo nos iba recordando otros peregrinos que la habían caminado. Tosantos la atravesamos mirando hacia la ermita de la Virgen de la Peña y ya pronto Villambistia, con su iglesia de San Esteban y una fuente en la que nos mojamos la cabeza sin saber si era la de la leyenda. De aquí a Espinosa del Camino. Estábamos ya cerca y de nuevo la pista nos recordaba esfuerzo. Pasadas las ruinas del monasterio de San Felices empezamos a ver nuestro final. Llegábamos, pero antes, el río Oca nos saludó para refrescarnos. Eran las 12 en la Iglesía de Santiago y tañían sus campanas.
Llegamos a Villafranca de Montes de Oca, un buen final para un nuevo inicio.
El regreso estuvo envuelto de momentos. Laida nos recordó en una oración que el camino, que el viento, que el sol, que la lluvia…vendrá, soplará, nos dará, nos caerá, hasta que volvamos a vernos y que El nos tendrá siempre en la palma de su mano, y luego se despidió de cada uno dando su lado izquierdo en cada uno de nuestros corazones.
Llegamos al hotel y empezamos a despedirnos de Santo Domingo de la Calzada. La añoranza iniciaba ya su juego con la memoria. El autobús, Zaragoza, el tren y de nuevo el autobús nos iba acercando a nuestro inicio. ¿Qué somos?… ¿A dónde vamos? iban quedando, cada vez mas, en el silencio de lo que teníamos que recordar.
El Camino había dejado su huella, nunca es el mismo, nunca es indiferente, lo andas, lo caminas, lo vives, lo rezas,… y el corazón, tu otro peregrino, te mira y aprende.
Hasta el año que viene, PEREGRINOS.