José Arturo Visedo Manzanares
La crucifixión fue un invento persa del S. VI aC. que tenía como fin evitar que la tierra se contaminase en contacto con el reo. El historiador Heródoto cuenta que Darío mandó crucificar a 3000 babilonios.
Los romanos la utilizaron como castigo contra los esclavos y los enemigos, pero nunca la usaron contra los propios romanos.
Para ahorrar madera el mástil vertical, llamado “stipes”, estaba fijo en el suelo para ser reutilizado.
Al reo lo amarraban al palo transversal, llamado Patibulum, de unos 40 o 50 Kg de peso, para que lo cargase sobre sus hombros.
Tenemos la idea de que Jesús cargó la cruz latina capitada o Inmisa ( frente a la cruz con forma de T que se denomina Conmissa o decapitada) pero es probable que sólo llevase el Patíbulum, porque tras la flagelación le sería imposible arrastrar tanto peso y los romanos no querían que muriese por el camino; tuvieron que desatarlo y pedir a Simón de Cirene que lo ayudase porque caía al suelo cada pocos metros. Al llegar a la cima del monte, pusieron el Patibulum en el suelo y a Jesús lo acostaron encima pero, en lugar de amarrarlo con cuerdas nuevamente, lo clavaron por las muñecas para que no se le desgarrasen las manos por el peso del cuerpo al subirlo.
Una vez izado y colgando, le clavaron los pies, montando el izquierdo sobre el derecho según se desprende de la interpretación de la sábana de Turín, en que la pierna izquierda hace más relieve que la derecha.
Los numerosos médicos que han estudiado la Sábana no guardan dudas al respecto: el pie izquierdo fue retorcido y clavado más arriba que el derecho y de lado. Cuando se descolgó el cadáver, el rigor mortis ya había dejado las piernas deformadas.
Esto dio lugar a curiosas teorías como la de pensar que era cojo y tenía más corta la pierna derecha, cosa que creyeron los artistas eslavos (Polonia, Bulgaria, Rusia) hasta el punto de representar la cruz con un Supedaneum inclinado.
El Supedaneum es la cuña que se utilizaba como reposapiés para prolongar la agonía del reo; como Jesús murió en el plazo de pocas horas es facil pensar que no lo tuviese y al no tener fuerzas y carecer de apoyo le fuese más dificil tomar aire, muriendo rápidamente por asfixia.
Después colgaron el letrero o “titulun” en el que se describe la acusación de cada condenado.
San Mateo refiere en su Evangelio (27, 33 – 36) que, después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo.
San Marcos (15, 24) dice: cuando le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando suertes sobre ellos para decidir lo que cada uno tomaría.
En San Lucas (23,34) se lee : y echaron suertes, repartiéndose entre sí sus vestidos.
San Juan (Jn 19, 23 – 24) cuenta que los soldados… cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado y apartaron la túnica…tejida en una sola pieza… y se dijeron unos a otros: no la rompamos sino echemos suertes sobre ella.
Recordemos que en San Juan (13,5) se lee que Jesús se levantó de la cena, se quitó su manto, tomó una toalla y se la ciñó y en (13 -12) dice que después de esto se quitó la toalla, se puso su manto y se sentó.
Por tanto, Jesús, usaba túnica y manto. Los soldados no rompieron la túnica, pero del manto hicieron cuatro partes. Es probable que al despojarlo de la túnica y del manto quedase con la ropa interior propia de la época que consistían en un paño triangular del que dos vértices se anudaban en la cintura y el tercero, pasando bajo la entrepierna, viene desde atrás hacia delante montando después sobre el citado nudo.
El “Juan 19-23” de A. Visedo representa el momento inmediatamente posterior a la lanzada, cuando brota agua y sangre del costado.
Los médicos que han estudiado este asunto coinciden en que se trataría de una mezcla de líquido pleural y sangre del ventrículo derecho.
La escena de la Piedad no está descrita en ninguno de los Evangelios.
A la tarde, José de Arimatea que era discípulo de Jesús , pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña.
Pero María (y muchas mujeres que habían seguido a Jesús) estaba presente y no sería nada extraño que se hubiese acercado al cuerpo de su hijo para darle un último abrazo.