Antonio Ares Camerino
Seguro que en el arcón de sus recuerdos uno de los que más destacaba correspondía a ese verano, final de curso, junio o julio, en el que habían finalizado sus estudios de Medicina. La vocación les venía de muy atrás, la entrega sin condiciones vino después.
Como auténticos Galenos se decidieron por la medicina cercana, la que decía Marañón que le bastaba con la palabra y las manos. Esa que conoce de verdad a la persona y a sus seres queridos, a la que nunca te falla y en la que confías.
Todos sabían que el ejercicio de esta mezcla de ciencia, humanidad y entrega les había hecho mejores personas. Consideraban que con su trabajo sólo devolvían a la sociedad una parte de la grandeza de la oportunidad que se les había brindado al poder ejercer la mejor profesión posible.
Pudieron buscar excusas, las mascarillas y los guantes pudieron llegar a ser asunto de Estado, pudieron haber dejado pasar la guadaña a cambio de geles y de batas ultra protectoras, pero esa vocación que les llegaba al alma les hizo estar en primera fila. Reclamaron con la boca chica y renunciaron anteponer sus derechos a sus deberes. Pudieron haber pasado página y traspasar la crisis a otros, pero no dieron un paso atrás.
El confinamiento se lo pusieron por montera y renegaron al encierro. Algunos estaban a las puertas de su jubilación, pero cogieron el relevo de un compromiso personal que no es comparable con ningún contrato laboral.
Nunca les albergó la duda de no anteponerse a sus pacientes. Con pocos medios usaron su saber y su humanidad sin apelativos. Su evidencia clínica, curtida en las trincheras de la asistencia diaria, sonrojó a los científicos de más prestigio. No esperaban reconocimiento alguno, sólo dar respuesta a la demanda que les plantaba cara en el día a día. No tenían madera de héroes, ni aspiraban a ello, pero el destino los catapultó a ese Olimpo destinado a los elegidos.
La coordinación de los sistemas sanitarios, las incidencias, las prevalencias, los picos, las estadísticas, quedaron en un segundo plano y pusieron por delante el trato personalizado a las paisanas y paisanos con los que compartían hábitat y hábitos.
Estaban en los Centros de Salud, llegaban a las casas, entraban en los dormitorios, viajaban en UCI medicalizadas, controlaban ambulancias convencionales, fueron a las Residencias de Mayores y en todos los lugares dieron la talla de profesionales dignos de una Sanidad a prueba de bombas.
La famosa puerta de entrada al Sistema Sanitario, la Atención Primaria, se ha convertido en la primera línea de esta batalla con enemigo invisible. De ello dan buena cuenta Carlos, médico de familia que ejercía en Yepes; Frances, primer médico fallecido; Manuel, médico rural de Córdoba; la joven Sara, que con sus 28 años superó adversidades hasta conseguir su sueño, ser médica; Albert, médico de familia en Lleida; Antonio, que ejercía en León, y Nerio Valarino, que llegó de Venezuela para ejercer en Murcia, e Isabel, que se encerró en su casa de Salamanca sabiendo que estaba contagiada y así evitar la propagación entre sus pacientes. A esta maldita lista hay que añadir a Luis, médico de atención domiciliaria del SUMMA de Madrid; Antoni, otorrino de Terrasa, y Santos, médico de Salud Laboral que ejercía en Albacete y atendía las bajas laborales del personal sanitario. Sin olvidarnos de Encarni, enfermera, y de Laura, auxiliar de clínica, ambas bilbaínas.
Ya son 12.300 los profesionales sanitarios contagiados, de los que un 8,8% han precisado hospitalización.
Homenajear a los que no quisieron ser héroes y consolar a las familias de estos mártires son las deudas de una sociedad que reconoció su valía con la boca pequeña. Incluso hubo momentos de crispación y de demandas exacerbadas en los que se puso el foco en esos profesionales, lo mejor de un Sistema Sanitario.
¡Que pare ese goteo de víctimas!
Esperemos que haya un antes y un después. Que la memoria no nos falle y demos valor a lo que verdaderamente no tiene precio, a esa mano tendida ante la enfermedad, a ese consuelo ante el dolor ajeno, a esa entrega sin condiciones.
Héroes del Silencio
(Enrique Bunbury, Juan Valdivia, Alan Boguslavsky, Pedro Andreu y Joaquín Cardiel)
VIRUS
“Como un virus que se extiende
Y se contagia de tumor a suspiro
Como un hongo
Crece sin mi permiso y desarmado
Dejo que me envenene
Como no me da tregua pensé en
Mutilarme
Vísceras infectadas fermentaban la
Carne microbios titanes
Como en conspiración ningún
Sacrificio será bastante”