Miguel Fernández-Melero Enríquez, Jefe de la Asesoría Jurídica del COMCADIZ
Normalmente es una cuestión de pedagogía. Lo que pasa es que la gente no lo sabe (y más en estos tiempos de pandemia), por eso hay que enseñarles.
Para un médico, la cuestión de cómo utilizar las urgencias o emergencias está clara, porque sabe diferenciarlas perfectamente.
La atención urgente se debe producir cuando se hace necesaria la asistencia médica inmediata como es en el caso de accidentes, aparición súbita de un cuadro grave (por ejemplo un cólico nefrítico o un dolor brusco en el pecho), empeoramiento de una enfermedad crónica y circunstancias semejantes.
Por su parte, la característica de la emergencia es que constituye una situación crítica, de peligro inminente para la vida del paciente y que requiere que el médico actúe de forma inmediata.
Esa circunstancia se produce cuando el enfermo está inconsciente, se sospecha de infarto o situación de parada, se pierde sangre, hay sospecha de huesos rotos o heridas de bala o de arma blanca, hay dificultades para respirar, se ven quemaduras graves o se percibe una reacción alérgica severa.
Está claro que esas son circunstancias que hacen que se deba acudir a los servicios de urgencias o emergencias. Pero una gran parte de la población no lo sabe (o no se quiere enterar) y en consecuencia acude a los servicios de urgencias, porque piensan que todos son médicos, con la ventaja de que la actuación va a ser inmediata. Pero deben comprender que el médico de urgencias no es el sustituto del médico de atención primaria.
Y lo mismo ocurre con las ambulancias, que no se deben utilizar si el traslado se puede efectuar en vehículo privado o en un taxi, porque las ambulancias (tanto las convencionales como las medicalizadas) siempre son escasas.
Por eso decía al principio que se trata de una cuestión de pedagogía y que no se debe acudir al servicio de urgencias por cuestiones menores.
Es necesario que la gente, que no lo sabe, se entere.
Y la semana que viene, más.