Antonio Ares Camerino
De siempre, el enemigo más traicionero del ser humano ha sido invisible. Las epidemias y pandemias han marcado el destino de culturas y civilizaciones a lo largo de la historia.
Los avances médicos y la mejora de las condiciones de vida, sobre todo la alimentación y la higiene, han reducido sus efectos. Hasta tal extremo que nos creíamos invulnerables. La ciencia y la tecnología nos hacían creer que teníamos controlado a esos seres diminutos, que nos precedieron y que nos relevarán en la faz de la Tierra hasta el fin del Universo.
Hacer un pequeño repaso de la historia nos da una idea de la insignificancia del ser humano como especie, de su vulnerabilidad tan efímera.
De la primera que se tiene constancia es la de la Peste Antonia (165-180 DC). Fue una pandemia de viruela contraída por las tropas romanas que viajaron a Oriente medio. Se calculó que diezmó en más de un tercio las tropas del Imperio Romano, llegando a provocar cinco millones de muertes.
La siguiente en importancia fue la Plaga de Justiniano (541-750 DC). Fue una peste bubónica que afectó a todo el Imperio Bizantino y a gran parte de la Vieja Europa. Acabó con cerca de cien millones de personas.
La que bate todos los record es la Peste Negra que asoló Europa entre 1346-1353. Procedente de Asia llegó a bordo de las naves que realizaban las rutas comerciales y transportaban animales y personas infectadas. Acabó con un tercio de la población europea, entre 100 y 200 millones de bajas.
La estrella del siglo XVI fue la viruela. Si bien en Europa estaba controlada, la irrupción de los conquistadores en el Nuevo Continente mató a millones de personas. Se calcula que un total de entre 25-50 millones de fueron bajas dado su estado inmunitario de vulnerabilidad.
La Peste Bubónica del siglo XVIII llegó a provocar más de 600.000 muertes.
De todas ellas la más insistente fue la del cólera (11817, 1829,… 1961, 1975), sus siete grandes brotes provocaron entre 50 y 100 millones de muertes. Aún hoy día, ante catástrofes naturales o guerras ruines, en países con infraestructuras sanitarias precarias y niveles de pobreza elevados, siguen provocando un número de bajas importantes.
La fiebre amarilla de principios del siglo XIX llegó a provocar más de 100.000 muertos.
La mal llamada Gripe Española, que asoló el mundo entre 1918 y 1920, llegó a provocar entre 20-50 millones de muertes. Esta enfermedad se propagó rápidamente entre las tropas jóvenes que combatían en la Primera Guerra Mundial. Tal vez el nombre de española le venga a que España fue el único país que no participó en la Primera Gran Contienda.
La Gripe Asiática de 1957 provocó dos millones de muertes y la más cercana en el tiempo, la de Hong Kong de 1968 con un saldo de un millón de fallecidos.
El SIDA desde el año 1981 ha provocado más de treinta millones de muertes y cerca de cuarenta millones de personas portadoras del virus, sobre todo en el continente africano. La suerte es que cuenta con eficaces tratamientos que potencialmente lo han convertido en una enfermedad crónica. Eso sí, no disponible para los más vulnerables.
El SARS de 2002 fue un brote rápidamente controlado con tan sólo unos centenares de fallecidos.
La Gripe A de 2009 contabiliza unas 28.000 personas fallecidas.
Y el brote de Ébola del África Subsahariana provocó unas 11.000 muertes. “Eran negros y pobres”.
Ahora toca el turno del Coronavirus (Covid-19). Nunca antes la Humanidad se vio inmersa en una pandemia de tales dimensiones. En menos de tres meses ha conseguido que prácticamente todos los habitantes de la Tierra estemos confinados y en cuarentena. Nos enfrentamos a un enemigo invisible e impredecible. Ni los más pesimistas podrían augurar, a primeros de diciembre, que lo que surgía en el sudeste de China se iba a convertir en la “madre de todas las batallas”. Nadie pudo prever tal desastre, por ello las decisiones se toman sin criterios. Incluso la ciencia y la evidencia científica están aún por manifestarse. Esta pandemia ha venido a poner en evidencia la debilidad del ser humano. Cuando intentamos interferir a la madre naturaleza, ella puede renegar hasta límites insospechados.
Esta pandemia ha puesto sobre la mesa la vulnerabilidad de cualquier sistema político, económico, sanitario, educativo o de cualquier otra índole. De cómo la interdependencia y la globalización nos hace ser piezas de un puzle inacabado y del que no sabemos si faltan o sobran piezas.
Seguro que de esta pandemia saldremos. Pero ya nada ni nadie serán igual. La lección debería servir para cuestionar muchas cosas, y saber valorar lo que siendo importante por tenerlo asegurado lo olvidamos y no valoramos.
¿Aprenderemos? Seguro que no.
POETA EN NUEVA YORK
“La aurora de Nueva York tiene
Cuatro columnas de cieno
Y un huracán de negras palomas
Que chapotean las aguas podridas…
La luz sepultada por cadenas y ruidos
En impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan
Insomnes
Como recién salidas de un naufragio de
Sangre.
FEDERICO GARCIA LORCA.