Miguel Fernández-Melero Enríquez. Jefe Asesoría Jurídica del COMCADIZ
Observando la actualidad se comprueba cómo se están produciendo entre nuestros vecinos, día tras día, una serie de conductas que hace unos años eran impensables. En este caso me refiero a comportamientos de riesgo, que resultan nocivos al poner en peligro la salud de otros ciudadanos.
Solo hay que observar lo que los medios de comunicación nos presentan cotidianamente para comprobar que la quinta ola de coronavirus que actualmente nos ataca y que se dirige fundamentalmente a la gente joven, tiene un origen muy determinado. Está en el fin de los exámenes escolares, en los viajes de fin de curso, en el aumento de los contactos sociales y de la movilidad de la población propia del verano, y en la relajación (que llega a ser desobediencia) en cuanto al uso de la mascarilla, de la distancia social, o a esa costumbre de la muchachada, que se ha implantado en España, que se produce cada noche (fundamentalmente las de los fines de semana) y que atrae a gente de otros países, denominada “botellón”. Y no nos olvidamos de los que se niegan a vacunarse.
La situación resulta alarmante, sobre todo teniendo en cuenta al personal sanitario, que está muy castigado como consecuencia de haber tenido que hacer frente a las cuatro anteriores olas de coronavirus, que han producido un enorme número de enfermos que terminan por colapsar los hospitales.
Y aun cuando se hacen continuas llamadas a la responsabilidad de los jóvenes, ya que no solo corren ellos el riesgo de padecer la enfermedad sino que pueden transmitírsela a sus familiares, se siguen produciendo aglomeraciones en exteriores sin usar la mascarilla y sin distancia social, a pesar de saber que la probabilidad de contagio es muy alta.
Salvando la distancia, esa temeraria conducta recuerda la de aquellas personas que cada invierno se internan en la montaña, o cada verano en el mar, sin preparación ni medios adecuados, llegándose a producir situaciones peligrosas que les hace pedir socorro cuando ven llegar el peligro, resultando entonces preciso que se pongan en marcha importantes medios para rescatar a los imprudentes.
Parece que el único medio que existe para que se mantengan conductas adecuadas es (como saben bien los conductores que se saltan las normas de tráfico) tocando donde parece que escuece más, que es en el bolsillo.
Por eso, quizá ha llegado el momento de pensar en arbitrar medidas de forma que quienes originen el riesgo tengan la obligación de pechar con las consecuencias. Y, por tanto, que quien alegremente pone en peligro la salud o incluso la vida, la propia y la de otras personas, deberían pagar con el vil metal (o con el de sus padres si son menores de edad) las penosas consecuencias que se deriven de sus actos., debiendo pasárseles la factura de los gastos originados. A ver si así escarmientan.
Por lo que debería anunciarse que, en el caso de que el contagio del virus se haya producido por una conducta de riesgo, el tratamiento sanitario no sale gratis.
Y la semana que viene, más.