Antonio Ares Camerino
Nadie podía imaginar que desde tierras fenicias, tartésicas y romanas se osara con iniciar una aventura a la Conchinchina. Algunos, los más comodones, llegaron a decir que: ¡Para qué ir tan lejos con lo bien que se estaba en casa! Todos los viajes empiezan con una forma de deseo. Deseo de conocer lugares nuevos, necesidad de buscar cosas distintas, de probar desde dentro otras culturas, ganas de descubrir extrañas y arriesgadas formas de vida, anhelos por contemplar rostros ajenos, antojo por comprobar como la dimensión del tiempo se estira cuando viajamos. Incluso, a veces, detrás de cada viaje hay una parcela de huida que nos hace querer volver a la cotidiana rutina.
Éramos sesenta, entre colegiados y familiares directos, algunos amigos, otros conocidos e incluso algunas caras nuevas. Quince días por delante, de mucho roce, se convertían en todo un reto de convivencia. El resultado final, alentador… ganas renovadas de repetir la experiencia.
Habían sido meses de organización para que todo saliese a pedir de boca. Nada se había dejado a la improvisación, la lejanía del destino así lo precisaba. La aspiración, en un viaje tan lejos, era la de no perderse nada. Por delante un programa intenso, completo y acelerado. Más de 25.000 kilómetros, ocho aviones, dos países (Vietnam y Cambodia), ocho ciudades, un crucero, varias travesías en barcas, escaleras con cientos de escalones, decenas de horas de autobús, caminatas por la Selva Indochina, e incluso un molesto e imprevisto overbooking que al final que se resolvió con destreza. ¡Prueba superada con “cum laude”! Para todos el viaje ha cubierto las expectativas en él depositadas con creces.
Ha sido un Viaje Cultural, en el que hemos aprendido a diferenciar una pagoda de un templo, en el que hemos comprobado cómo todas las mitologías tienen en común la existencia de seres superiores en los que creemos para que guíen nuestra existencia terrenal.
Ha sido un Viaje Etnográfico y Antropológico, en el hemos aprendido a distinguir por sus rasgos faciales y sus expresiones a los del Vietcom de los de Saigón o Ho Chi Minh, por su color de piel a los de Cambodia. Hemos visto delgadeces longilíneas propias de los que se nutren con lo justo.
Ha sido un Viaje Lingüístico, sin necesidad de recurrir a ilustradas Academias de la Lengua, hemos visto escrituras indescifrables, hemos comprendido cómo un idioma se puede transformar en alfabeto latino en corto espacio de tiempo, cómo pueden existir decenas de manera de acentuar las vocales, cómo lo letra O puede albergar múltiples sonidos, y todos con acepciones diferentes.
Ha sido un Viaje Gastronómico, en el hemos averiguado que existen centenares de tipos de arroz, que tienen tres cosechas al año, que es la base de múltiples platos y que las salsas picantes, con cilantro y jengibre son el adorno de todos los platos. Hemos comido grillos, saltamontes, ranas e incluso gusanos. Hemos apreciado frutas y verduras desconocidas y hemos descubierto lo que pudo ser el origen de nuestras tortillas de camarones.
Ha sido un Viaje Religioso, en el hemos entendido las bases del Budismo y del Hinduismo. Nos hemos familiarizado con los creadores del universo, Shiva, Vishnu y Brahma, con la Diosa del Agua. Hemos entendido a los animales mitológicos de sudeste asiático, el Dragón, símbolo de la autoridad, el Unicornio, símbolo del conocimiento, la Tortuga, símbolo de la fuerza que perdura, y el Fénix, símbolo de la noble belleza. Hemos entendido todo lo que concierne y rodea al Monte Merú, monte Olimpo del budismo, origen del batido del océano de leche, néctar de la inmortalidad.
Ha sido un Viaje de Aventuras. Hemos navegado por selvas tropicales, hemos encallado en manglares, hemos visto otras formas de vida que nos parecían imposibles de ser vividas y en las que la sonrisa era el lenguaje común. Nos han sobrevolado millones de murciélagos al anochecer sin inmutarnos. Nos hemos arrastrado por túneles tan estrechos que nos hacían pensar que el final no llegaba nunca. Hemos llegado a tocar un dragón cerca del cielo después de subir quinientas deformidades llamadas escalones. Nos hemos bañado al atardecer en los recovecos del Mar de China.
Ha sido un Viaje Interior, en el que hemos asimilado que la Paz y el Karma solo se consigue aplicando en nuestra vida los pilares de la bondad: la caridad, la simpatía, la compasión y la ecuanimidad.
Ha sido un Viaje de Naturaleza. Hemos visto monos, a lo lejos hemos contemplado el salto de langures en peligro de extinción. Hemos visto cómo la selva puede con las duras piedras y cómo el sudor desaforado puede ser un compañero eterno de viaje.
Ha sido un Viaje de Placer. Hoteles de gran lujo, habitaciones esplendidas y camas de tamaño king size. Piscinas que hubiesen merecido los elogios de Burt Lancaster en la película El Nadador. Y todo aderezado con un servicio esmerado.
Casi al final, en la última noche, en la cena sorpresa camboyana, todos repasábamos qué era lo que más nos había gustado, aquello que nos había sorprendido sobremanera, lo que nunca olvidaríamos. Algunos decían que el bullicio y la muchedumbre ingente de motos y el tráfico de Hanoi. Otros que la majestuosidad de los templos y pagodas. Algunos que la inmensidad de la Bahía de Halong y su amanecer. Había otros que habían quedado marcados por las condiciones de vida de los pescadores del río Sangke. Para otros, las velas depositadas por la noche en el río de Hoi An habían marcado sus inconfesables deseos. Muchos coincidían en que los Palacios Imperiales de Phnom Penh eran una maravilla irrepetible. Otros que la nostalgia del Saigón afrancesado los trasladaba a tiempos mejores. Algunos se decantaban por la paz y el sosiego de las travesías en barca. Y otros veían insuperable esa mezcla de religiosidad y naturaleza de Angkor Wat y el Templo de las Raíces.
Pero todos, absolutamente todos, coincidían en que todo lo visto, todo lo sentido, todo lo vivido, todo lo aprendido, no tendría sentido sin la bondad de la convivencia y el compañerismo vivido en estos días.
Gracias a Ángel y a María, por saber dar respuesta rápida y certera a todo lo que les hemos demandado, por su profesionalidad con la que han hecho posible que todo haya salido a la perfección. Gracias a Carmen por participar en la organización, por haber elegido destino y por conseguir que nos hayamos sentido en familia allá en la Conchinchina.
“Alégrate porque todo lugar es aquí
Y todo momento es ahora”
BUDA