75º ANIVERSARIO DE LA EXPLOSIÓN DE CÁDIZ. 18 de agosto de 1947.
Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad al Colegio de Médicos de Cádiz (16 noviembre 1947)
Antonio Ares Camerino
Agosto
Contraponientes
de melocotón y azúcar,
y el sol dentro de la tarde
como el hueso en una fruta.
La panocha guarda intacta
su risa amarilla y dura.
Agosto.
Los niños comen
pan moreno y rica luna.
FEDERICO GARCÍA LORCA
“A un día de tórrida calima agosteña sucedió un atardecer plácido y una noche que apuntaba a levante en calma. La temperatura sosegada y los olores a jazmín y dama de noche mitigaban el hambre de la postguerra. La ciudad bullía con más ganas que posibles. En el Cine Bahía, en el muelle, se proyectaba la película del galán mejicano Jorge Negrete “Me he de comer esa tuna”. «Ya se cayó el arbolito donde dormía el pavo real. Ahora dormirá en el suelo. Ahora dormirá en el suelo». Las notas de la canción trajeron el mal augurio. Era 18 de agosto del año 1947, acababan de dar las diez menos cuarto, y el cielo se tiño de rojo después de un estruendo infernal”.
Se había producido una explosión en el Depósito de Minas de Defensa Submarinas que se almacenaban junto al actual Instituto Hidrográfico, en el barrio de San Severiano, que se encontraba en construcción. Un incendio, iniciado posiblemente por las altas temperaturas y las malas condiciones de almacenaje, había provocado la explosión de 1.109 minas del Almacén nº1 (200 toneladas de explosivos). En el Almacén nº2 aún quedaban 491 minas (98 toneladas de explosivos) que no llegaron a explotar. La Ciudad quedó a oscuras, sólo el rojo del cielo iluminaba el desconcierto de una población despavorida. La confusión y el pánico se habían apoderado de la Tacita de Plata. Hasta la Catedral fue testigo de la Gran Catástrofe, su puerta se desvencijó por la onda expansiva. La acción inmediata y valerosa del Capitán de Corbeta Pery Junquera y de los marineros de la Base consiguieron dominar el fuego, evitando así que se produjeran más explosiones. 155 víctimas mortales, 350 heridos graves y más de 5.000 heridos leves fueron los dantescos daños personales de la explosión. Muchas de las víctimas mortales fueron niñas y niños asilados en la Casa de Cuna y monjas de la Comunidad Religiosa encargada de sus cuidados. La investigación abierta por el Ministerio de Marina (Ministro Francisco Regalado Rodríguez) dejó constancia de que todo había sido fruto de una gran negligencia y falta de previsión. Estos hechos nunca fueron reconocidos por la Dictadura Franquista, a pesar de los informes elaborados por la propia Armada que denunciaban las nulas condiciones de seguridad en las que se almacenaban las minas de la Guerra Civil, que habían sido traídas desde Cartagena.
Pasadas las horas toda la ciudadanía gaditana se puso a disposición de las autoridades para ofrecer su ayuda en lo que fuera necesario. Vehículos particulares para el traslado de heridos, medicamentos, material de curas, alimentos, habitaciones para albergar a las personas que habían perdido todo. Todo Cádiz y su provincia respondieron a la emergencia. Las provincias de Huelva y Sevilla enviaron ayuda inmediata. Se colocaron cubas de agua potable en las calles de la ciudad, las farmacias abrieron sus puertas, las panaderías empezaron a elaborar pan como si no hubiera un mañana.
El Gobierno de la Nación, sabedor de su responsabilidad en el siniestro, pagó indemnizaciones millonarias para la época de postguerra en la que la nación se veía sumida.
Todos los hospitales de la provincia recibieron personas heridas y fallecidos. Los profesionales sanitarios acudieron a los centros hospitalarios para ofrecer sus servicios. La entrega se convirtió en la única moneda de cambio ante tanto desastre. Médicos y estudiantes de medicina, practicantes y los que estaban en formación, voluntarios de la Cruz Roja. Casi todos con más voluntad que medios. Todos los que tenían conocimientos de técnicas de socorrismo y primeros auxilios ofrecieron sus servicios. En una entrevista, recientemente publicada en el Diario de Cádiz (24 de julio de 2022), al Dr. Juan García Cubillana, veterano pediatra y Medalla de Oro de la Ciudad de San Fernando, contaba que con 18 años asistía como ayudante en prácticas al Dr. Ramírez de Isla en la Cruz Roja de San Fernando. Allí llegaron camiones con cuerpos de heridos, y algunos ya cadáver. Entre tal amasijo de cuerpos inertes, un niño de doce años aún estaba con vida. Después se supo que llegó a ser el afamado ginecólogo gaditano Juan Deudero Quevedo.
Fueron días de muchas horas, jornadas en las que el dolor y el sufrimiento quedaron marcados para siempre en la memoria gaditana. Los que peinamos canas recordamos esos relatos trágicos contados por nuestros mayores que vivieron la “Explosión”.
José Antonio Aparicio Florido, Profesor e Investigador de la UCA y miembro del IERD (Instituto Especial para la Gestión de los Desastres), en sus obras nos ilustra y da datos desconocidos de lo que fue una crónica de un desastre anunciado y de unas responsabilidades tapadas para siempre (Una catástrofe anunciada, El amanecer de un Cádiz desolado, 1947. Cádiz, La gran explosión, La noche trágica de Cádiz).
El escritor gaditano José Antonio Fierro Cubiella hace unos días publicó el libro titulado “La Explosión de 1947”. En el mismo relata que hubo una explosión en diciembre de 1937, que no fue tomada en consideración, y que fue el prolegómeno de la gran tragedia que sufrió la ciudad. El proyecto de reconquista de Gibraltar, el inicio de la Segunda Guerra Mundial, la puesta en defensa del litoral gaditano con búnkeres y nidos de metralletas, la irrupción de los Estados Unidos en la contienda, el peligro de desembarco por estas costas y los desencuentros diplomáticos, justificarían el reaprovechamiento de las construcciones y material bélico, la Defensa Nacional estaba por encima de la seguridad de la población. Los propios Servicios de Seguridad de la Nación habían advertido del riego extremo que suponía almacenar tanto explosivo en esas malas condiciones dentro de un núcleo de población.
Los profesionales sanitarios de la provincia de Cádiz se entregaron en cuerpo y alma para ayudar a las miles de víctimas de una manera desinteresada. Tal fue la entrega que la propia ciudadanía reconocía que, a pesar del caos reinante, se sentían a salvo sabiendo que tenían esa ayuda desinteresada de aquellos que podían salvarles la vida y mitigar el dolor y el sufrimiento inesperado.
La repercusión a nivel nacional, en un tiempo en el que las lágrimas de una guerra fratricida se estaban secando, fue tal que la labor realizada por los profesionales sanitarios, con la clase médica a la cabeza, que en el Boletín Oficial del Estado nº 320, de 16 de noviembre de 1947 (página 6142), el Ministro de la Gobernación de Blas Pérez González, con la firma de Francisco Franco, Decreta:
«Conceder La Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad al Colegio de Médicos de Cádiz, como entidad representativa de médicos, farmacéutico, practicantes y demás auxiliares sanitarios civiles y de los Ejércitos de dicha provincia y de los procedentes de otras, especialmente de Sevilla y Huelva, que acudieron a prestar humanitarios y eficaces servicios a los siniestrados».
Desde entonces el Colegio de Médicos de la Provincia de Cádiz es el único que ostenta a nivel nacional el título de Excelentísimo.
Por la relevante actuación profesional y humanitaria de los profesionales sanitarios, la Ciudad de Cádiz siempre les estará agradecida, y en especial a la clase médica, por la ayuda en aquella trágica noche y en los días sucesivos.
