No sé si es porque es domingo, que la borrasca Jana (que ha llegado cargada de lluvias generalizadas y vientos intensos) está haciendo que ahora mismo nos esté cayendo encima un chaparrón de categoría, que de las noticias que acabo de ver en televisión o las que leo en el diario no hay ni una que sea medio buena, que el invierno no termina de irse, que hay inundaciones en media España, que el carnaval de este año me ha hecho poca gracia o qué, pero lo cierto es que consternado compruebo que el siglo XXI no es nada parecido a lo que ilusionadamente habíamos esperado hace unos años.
Echando la vista atrás comprobamos que el siglo comenzó con el atentado a las torres gemelas; el terror se convertía en realidad y la forma de viajar nunca más sería la misma. Es de apreciar que las comunicaciones también variaron de forma absoluta. Apareció Facebook y el iPad, se descifró el genoma humano y en el bolsillo nos cabía, a través del teléfono móvil, toda la información que hubiéramos querido.
Pero al mismo tiempo, en el año 2020 apareció lo que nunca esperaríamos que ocurriera, el coronavirus que durante interminables meses nos tuvo encerrados en casa. De todo ello se deduce que parece que no estemos en una era de cambios sino en un cambio de era. Hay quien dice que cada 250 años se produce el cambio de era y que la nuestra actual comenzó principios del siglo XIX con la revolución industrial, por lo que ya nos toca la variación.
Y no parece que la variación la hayamos comenzado con buen pie. Ahora se cumplen treinta años del cierre de los manicomios en España, lo que ocurrió con la aprobación de la nueva Ley General de Sanidad, que materializó el proceso de reforma psiquiátrica que se había emprendido años antes. Desde ese momento, hombres y mujeres encerrados en manicomios pasaron a ser ciudadanos con derecho a recibir una atención adecuada.
Pero la atención adecuada de esos enfermos mentales nunca se produjo, de forma que, en la actualidad, se ha producido otro fenómeno y es que, según un estudio publicado en la revista española de sanidad penitenciaria, existe una alta prevalencia de trastornos mentales graves en los internos de las cárceles de la provincia de Cádiz, en cuya prisión de Puerto III tiene el módulo 14 reservado para el que se llama Plan de Atención Integral a Enfermos Mentales, que desde luego no alcanza a atender a todos los que se lo merecen.
El panorama parece evidentemente sombrío con guerras en Ucrania, entre Israel y Hamas, en Afganistán, en el Congo y en otros países africanos, la pobreza, la inmigración, el cambio climático, el terrorismo y otros bastantes problemas más que nos afectan a todos.
Pero ahora Jana nos ha dado una tregua. Ha salido el sol y pueden verse las cosas de otra manera; por eso, acudiendo a los primeros versos del solemne y siempre actual himno universitario, decimos que “laudeamus igitur iuvenes dum sumus. Post iucundam iuvenutem, post molestam senectutem, nos habebit humus”. Que para los que no estudiaron latín significa: alegremos pues, mientras seamos jóvenes. Tras la divertida juventud, tras la incómoda vejez, nos recibirá la tierra”.
Y, después de muchas cosas buenas, nuestro universal himno traducido termina diciendo que viva nuestra sociedad, vivan los que estudian, que crezca la única verdad, que florezca la fraternidad y la prosperidad de la patria. Muera la tristeza, mueran los que odian. Muera el diablo, cualquier otro monstruo, y quienes se burlan. Florezca la Alma Mater que nos ha educado, y ha reunido a los queridos compañeros que por regiones alejadas están dispersos.
Así pues, alegrémonos mientras seamos jóvenes, (unos más que otros).