Antonio Ares Camerino
DÍA MUNDIAL DEL CÁNCER. 4 febrero 2018
La tozudez de la realidad puede que ya haya sido superada. La que hasta hace poco era, eufemísticamente, una larga enfermedad puede que se haya convertido en un enemigo a punto de batir, del que conocemos sus debilidades y sus entresijos, y al que estamos a punto de dar caza.
El Día Mundial del Cáncer conmemora la lucha constante que diversos organismos a nivel mundial han establecido contra esta extendida enfermedad. No se trata de un único proceso patológico de etiología variada y conocida. Son más de 200 enfermedades diferentes con causas bien distintas y a las que únicamente les une un nexo común, la proliferación desaforada y descontrolada de células que se multiplican sin control alguno y que son capaces de destruir todo lo que les rodea, y lo que es peor, de propagarse a distancia por todo el organismo, sin dejar resquicio para la esperanza.
El principal objetivo de la conmemoración de este día es fomentar y fortalecer todas las medidas que vayan destinadas a la reducción de la presencia del cáncer en todas sus variedades. Aquí también se establece la maldita premisa entre los ricos y los pobres. El elevado coste de los tratamientos más novedosos y con efectividad demostrada sólo está al alcance de los más ricos en los países más ricos. Si bien en el primer mundo con sus sistemas sanitarios públicos, accesibles y universales las tasas de supervivencia a los cinco años dan esperanza a la curación sin apelativos, en los países pobres las tasas de muerte por las enfermedades oncológicas pueden rondar el 70%. Allí el maldito túnel sigue sin luz.
El lema de este año es “Nosotros podemos, yo puedo”. Se intenta demostrar que cada uno de nosotros, de manera individual o colectiva podemos contribuir a reducir la varga mundial del cáncer. Este esfuerzo se debe centrar tanto en la prevención como en el control de esta enfermedad mediante la reducción en la exposición a factores de riesgo para el cáncer y la mejora en el acceso al diagnóstico precoz y tratamiento adecuado. El esfuerzo debe ser conjunto entre gobiernos, organismos no gubernamentales y organizaciones de la sociedad civil para promover acciones e iniciativas como el control del consumo de tabaco, la promoción de estilos de vida saludables, el diagnóstico precoz del cáncer, así como la mejora en los tratamientos y el acceso a los cuidados paliativos.
Aquí los intereses económicos de las industrias farmacéuticas y los grandes lobbies sanitarios deben quedar al margen, y ello debe ser prioritario en la agenda de cualquier gobierno que se precie de poner como objetivo fundamental el bienestar de su ciudadanía. Los factores de riesgo modificables son conocidos para el cáncer, están al alcance de nuestra mano, adoptarlos son nuestra responsabilidad, pero también son la obligación de las administraciones que tienen la obligación de promover medidas para combatir el consumo de tabaco, la baja ingesta de frutas y verduras, el consumo descontrolado de bebidas alcohólicas y la falta de actividad física, que se conforman como la causa de más del 60 % de los tumores malignos. Las políticas de salud pública se deben respaldar la elección individual de un estilo de vida saludable. No se trata sólo de invertir en técnicas diagnósticas y tratamientos punteros que sirven para conseguir que lo que antes era mortal de necesidad se convierta en una enfermedad crónica más. Se trata de invertir en educación y promoción de la salud, qué hará que la luz del túnel sea una realidad.
Ahora la verdadera oscuridad del túnel se plantea en esas mal llamadas “terapias alternativas”. Curanderos y mentes iluminadas que reniegan de la ciencia encandilan a las personas pacientes en situación vulnerable. Sin escrúpulos, y con sólo un interés económico, ofrecen curaciones inconcebibles.
En el túnel estamos todos, la luz también es nuestra.
BIBLIOGRAFÍA