Fuente: medicosypacientes
¿Una única medicina?
Siguiendo la tradición, son muchos los médicos que, como William Osler, se han referido a la Medicina “como la ciencia de la incertidumbre y el arte de la probabilidad”. Pero, aunque esto es verdad, no todo en la Medicina ni en la ciencia es relativo. Los médicos tenemos la obligación de dar a nuestros pacientes sólo aquellos cuidados diagnósticos, preventivos o terapéuticos que tengan una base científica. Lo cual es compatible con que en nuestro entorno existan diversas formas de entender la salud y la enfermedad, que han de ser consideradas en el marco de las tradiciones culturales y sociales diversas. La multiculturalidad de nuestra sociedad hace que convivan creencias, interpretaciones y conocimientos acerca de la salud y la enfermedad de muy distintos orígenes que, en muchos casos, no son excluyentes.
Lo que no puede llamarse Medicina son las denominadas pseudoterapias o prácticas que proponen la cura de enfermedades, el alivio de síntomas o la mejora de la salud sin cumplir criterios objetivos, sin seguir el estado actual de la ciencia, y sin respaldo de la evidencia disponible (Observatorio de la OMC contra las Pseudociencias/ Pseudoterapias). Esos modos de atender la enfermedad siempre suponen un riesgo, ya sea derivado de la terapia en si (como puede ser el uso del hipoclorito de sodio o MMS), o bien porque su aplicación frene o impida el tratamiento adecuado.
Las pseudociencias o pseudoterapias son diversas. Algunas proceden de una Medicina ancestral (como la Medicina popular), otras nacieron asociadas al utilitarismo propio de la Ilustración y al neo hipocratismo, como las curas hidroterápicas. Otras comenzaron a partir de experiencias personales que posteriormente se sistematizaron, como la homeopatía. Hay prácticas y supuestas terapias no probadas que conllevan intereses económicos (como la comercialización de remedios y sustancias de origen más o menos opaco, como algunos productos de herbolario o el citado hipoclorito de sodio o MMS).
Es cierto que la Medicina científica cuenta con tratamientos que, aceptados en este momento, en su inicio fueron considerados como poco científicos o incluso desautorizados. Y sabemos que muchas de las prácticas médicas actuales, con el tiempo, serán desechadas y reemplazadas por otras más eficaces y válidas, porque la medicina está abierta al progreso y al desarrollo de la ciencia. Es obligación de los médicos, corporativa y personal, hacer avanzar a la medicina. Pero hemos de utilizar en cada momento aquellas prácticas que han demostrado su eficacia, que son fiables y seguras.
Ciencia médica y profesión
El acceso al conocimiento racional y científico fue el origen de la profesión médica. En realidad, las profesiones se definen porque cuentan con un amplio y específico cuerpo de conocimientos teóricos y prácticos que, junto con la ética y la deontología propias, fundamenten el ejercicio de la profesión.
De ahí que, desde el inicio del desarrollo de la deontología, los médicos han condenado prácticas engañosas y nocivas para la salud o la venta de productos falsos. Así, por ejemplo, Maximilien Simon, en su Déontologie médicale (1845) insistía en la necesidad de fundamentar la medicina en la ciencia y en la obligación del médico de “ir contra la superchería, la polifarmacia o las creencias puestas por charlatanes” (p. 413). Se trata de una recomendación que perdura en nuestros días.
En España, el Código de Deontología de 2022 mantiene íntegra esta doctrina, alineada con la deontología internacional contemporánea, y prohibe en la actividad asistencial la prescripción de terapias no probadas. Así, por ejemplo, el Artículo 23.2 dice: “Las prácticas carentes de base científica, las inspiradas en el charlatanismo, las pseudociencias, las pseudoterapias, así como los procedimientos ilusorios o insuficientemente probados, la simulación de tratamientos médicos o quirúrgicos y el uso de productos de composición no conocida son contrarias a la Deontología Médica”. Y el artículo siguiente condena el intrusismo y las sectas sanitarias por ser, también, “contrarios a la Deontología Médica” (Artículo 23.3).
Sin embargo, en lo que realmente insiste el Código vigente es en la obligación de la calidad y la seguridad en la atención médica. Ambos aspectos son considerados principios generales de la deontología médica (Artículo 6.2). El Código de Deontología de 2022 en continuidad con el anterior dedica un capítulo a la calidad de la atención médica y allí destaca que “el médico tiene el deber de prestar a todos los pacientes una atención médica de calidad, humana y científica” (Artículo 18.1).
Hay que destacar que una de las novedades del Código de Deontología de 2022 ha sido la introducción de un capítulo titulado ‘Seguridad del paciente’ (capítulo X) que recuerda que “el médico, en todos sus actos médicos, debe dar prioridad a la seguridad y bienestar del paciente (Artículo 39), también se enumeran en ese apartado las obligaciones respecto a las medidas y procedimientos que llevan a disminuir los riesgos de los pacientes en la asistencia médica (Artículos 39-45).
Una práctica profesional correcta implica que el médico “solo debe emplear procedimientos diagnósticos y terapéuticos que cuenten con base científica”, que estén de acuerdo con una evaluación actualizada, imparcial y rigurosa por parte de la comunidad médica (Artículo 23.1).
Con independencia de las decisiones que un profesional adopte en la atención a un enfermo, éstas han de estar “enmarcadas dentro de guías de práctica clínica o protocolos aceptados por la comunidad científica en cada momento, salvo que las circunstancias del paciente o caso concreto exijan no actuar dentro de ellas, contando siempre, a estos efectos, con el consentimiento del paciente” (Artículo 42.1).
Es justamente la evidencia científica, las indicaciones autorizadas y la eficiencia lo que fundamentan la libertad de prescripción médica (Artículo 20.2). Las estrategias terapéuticas o los tratamientos recomendados por un médico no pueden, en ningún caso, ser alternativos a los datos adquiridos de la ciencia y al estado de la técnica.
Ciencia médica y cuidado de los pacientes
Las prácticas no basadas en la ciencia plantean complejos problemas éticos sociales y profesionales. Y, sin embargo, hay un elevado número de personas de todo el mundo, también en España, que busca en ellas solución parcial o total a sus problemas de salud.
Hay enfermos que padecen trastornos crónicos o indiferenciados, o procesos molestos que son difíciles de filiar. Hay casos difíciles de tratar porque sus dolencias no se objetivan en enfermedades conocidas; o bien, no se acierta a tratar de manera eficaz y duradera. Muchos de estos pacientes acuden a medicinas alternativas o a pseudoterapias si no encuentran en los médicos la debida atención o si no se sienten comprendidos o suficientemente seguidos. No se puede dejar de lado a un enfermo porque no tengamos respuesta a su situación. El respeto del médico al paciente ha de llevar a combinar la idea del “cuidado” a los enfermos con la rigurosa y adecuada atención científica y técnica.
Aun cuando un paciente recurra a prácticas o terapias al margen de la Medicina, como las pseudociencias, “hemos de ser capaces de ofrecer, siempre que se nos pida, una explicación racional y éticamente satisfactoria a las decisiones que proponemos y tomamos” (Herranz, 1985). El enfermo ha de poder contar con información veraz, honesta y clara de lo que en su caso recomienda la comunidad científica y de los riesgos que pueden derivarse de no seguir esas recomendaciones. Existe, en efecto, la obligación deontológica de “ofrecer consejos leales y competentes al paciente con el fin de que este asuma sus responsabilidades en materia de salud” (Artículo 22.2) y también, de promover una actividad preventiva probada científicamente (Artículo 22.3.). Lo cual es especialmente importante en una situación de tolerancia o ambigüedad por parte de algunas instituciones frente a prácticas pseudocientíficas (que permite, por ejemplo, la comercialización de productos que se toleran sólo por el bajo riesgo de hacer daño), o cuando los medios de comunicación pueden difundir informaciones confusas u opiniones equivocadas respecto a prácticas pseudocientíficas.
Si tenemos en cuenta que hay muchos casos en los que quienes proponen o recomiendan las pseudoterapias no son médicos, los profesionales tenemos que ofrecer, desde una relación de confianza, con honestidad y claridad, la oportuna información clínica que ayude a los pacientes y les preserve de los riesgos derivados de la aplicación de pseudoterapias.
En conclusión
Desde el punto de vista ético-deontológico, el problema que plantean las diversas pseudociencias y pseudoterapias es que no tienen suficiente aval científico.
Hay -tiene que haber- en Medicina un continuo progreso científico y ese avance consiste tanto en conseguir nuevos conocimientos y técnicas, como en desechar ideas falsas y remedios inoperantes o dañinos. A la realidad de la existencia de la enfermedad o de un padecimiento, el médico ha de responder ofreciendo su ayuda a través de actos médicos que estén basados en el conocimiento científico-técnico, y ético. Es la manera de servir a las necesidades del enfermo.