Antonio Ares Camerino
Decía Albert Einstein que el tiempo y el espacio “son creaciones libres de la inteligencia humana, herramientas del pensamiento que deben servir para relacionar las vivencias y comprenderlas así mejor. La secuencia del pasado, presente y futuro es sólo una ilusión persistente”.
El ser humano es el único animal de la creación que juega de manera consciente con el pasado repleto de recuerdos, con el presente efímero y escurridizo y con el futuro ansioso e incierto. Eso nos lleva a estar mirando siempre atrás para vivir el presente y construir, casi siempre a ciegas, el futuro.
Hace casi tres años la Organización Mundial de la Salud (OMS) convocó a los mejores expertos y les encargó que identificaran los mayores riesgos para la salud pública a los que se enfrentaba el planeta. No se les escaparon el ébola, el SARS, el zika y la fiebre del Rift, pero su gran acierto fue predecir la “Enfermedad X. “Un agente infeccioso desconocido que saltaría de los animales a las personas, causaría un síndrome más letal que la gripe y se contagiaría con tanta o más facilidad que ella, un virus que se extendería por el mundo aprovechando la hiperconexión comercial y turística entre las grandes ciudades y que causaría un caos sanitario y socioeconómico de dimensiones insospechadas. (Javier Sampedro. “El futuro no cabe en cuatro años”. El País. 27 junio 2020). Y acertaron.
Ahora hace justo un año que la vida de la humanidad cambió para siempre. Ni los más visionarios de la oscuridad pudieron intuir lo que iba a suceder. El recuerdo de otras pandemias sólo estaba escrito en libros de historia. Para saber algo de ellas había que acudir a las hemerotecas y desempolvar legajos de papel oscurecido por el efecto de tiempo y carcomidos por un dolor y sufrimiento que ya nadie recordaba.
Todo surgió en el Mercado de Huanan, en la ciudad china de Wuham. Allí, en condiciones deplorables, se vendían carnes, verduras, pescados, marisco y animales salvajes sin las mínimas medidas de control sanitario. Sólo era cuestión de tiempo que algún ser invisible disfrazado de ARN saltara de un ser vivo al hombre. Y se produjo la tragedia transgresora. El SARS-2 invadió la Tierra, sólo se puso como límite la estratosfera.
La OMS reconoce más de 120 millones de personas afectadas y más de 4 millones de fallecidas. Los datos oficiales en nuestro país nos sitúan a las puertas de los 3,20 millones de personas contagiadas y muy cerca de las 75.000 fallecidas. Andalucía se acerca al medio millón de afectadas y a las 9.000 fallecidas.
Lo que en marzo pasado se contaban por centenares y que, con el “confinamiento duro”, se presumía como la solución, fue un fracaso. Con recato llegó el verano y pareció que habíamos conseguido doblegar al enemigo invisible. La relajación de las medidas, el desconcierto legal y la absurda fragmentación de las decisiones preventivas, que se antojaban con intereses políticos, nos llevaron a sufrir oleadas.
Y una nube negra de dolor y muerte cubrió el sistema de protección de nuestros mayores. Y se empezaron a colapsar los servicios de urgencias y las camas hospitalarias escaseaban. Se empezaron a improvisar UCI por todos lados. Y los profesionales socio sanitarios vieron como la valía del Sistema recaía sobre sus espaldas. Y comprobaron que en su trinchera diaria sólo había desolación sin medios. Y se llenaron las morgues, y la soledad se alió con la muerte para cubrir despedidas silenciosas. Y renegamos de besos y abrazos. Se presumía que ya nada volvería a ser a flor de piel, todo de convertiría en una concatenación de caracteres.
Y el castillo de naipes del falaz progreso y del turismo de medio pelo se vio abajo. Y las colas en las Oficinas de Empleo se convirtieron en tortuosos trámites digitales a los que no podían acceder los que los necesitaban. Y el Gobierno se puso la medalla de un Ingreso Mínimo Vital, que ni está ni se le espera. Y en las filas del hambre se empezaron a ver caras nuevas, de gentes que hasta ayer lucían postín. Y empezamos a aprender epidemiología, medicina preventiva, estadística y economía de subsistencia. Y las casas se transformaron en lugar de trabajo. Y los niños y niñas perdieron habilidades lectoras y cognitivas. Y los hogares se convirtieron en cárceles con ventanas a la calle. Y se abandonó la relación social, y la cultura. Y la sociedad se convirtió de repente en más esquiva, más solitaria, más triste y más distante. Empezamos a transformanos en desconocidos con tapabocas. Y cambiamos nuestras vidas. El tiempo empezó a hacerse más lento. Todo parecía una interminable pesadilla rodada en blanco y negro.
Y algunos empezaron a comprender qué y quiénes eran los verdaderamente esenciales, pero que a pesar de su compromiso mal pagado, siguieron en las mismas. Pronto se apagaron los aplausos y el “Resistiré” cayó en el olvido.
Y la Comunidad Científica se puso a trabajar a marchas forzadas. Y se llegó a escudriñar los entresijos de ese mal bicho, pero cuanto más se sabía de él más nos quedaba por conocer. Y disfrazó de indígena amazónico, de lord inglés y de descendiente boers sudafricano. Y nos metía cada vez más miedo en el cuerpo. Lo de los tratamientos novedosos y las vacunas se convirtió más en una necesidad que en un deseo. Daba igual el número de dosis y la cadencia de las mismas daba igual. Solo importaba su candencia y cobertura. La especulación empezó a rondar decisiones. Pensar que nuestra protección se convertiría en la llave de salud de los nuestros nos daba desasosiego. Esa inquietud sólo era mitigada por la esperanza que cada vez se veía más de color cercano.
Y en medio de tanto despropósito y dolor nuestros políticos fueron a lo suyo. Lo del bienestar de la ciudadanía les resbaló por la solapa. Sólo les interesaba mantenerse muy a pesar del sufrimiento ajeno. Y después de un año parecía que no se habían enterado. Ellos con sueldos y dietas sin asistir al Congreso, sin haber perdido un céntimo de euro de sus pecunias, se enzarzaban en componendas de teatrillos del tres al cuarto. Nuestra Tía Norica tiene más trama y sentido que esta pantomima a la que nos quieren llevar. Mociones de censura y elecciones anticipadas en tiempo de tribulaciones. No tienen perdón.
Y nosotros a seguir con nuestra responsabilidad individual, con nuestros cuidados y los de los nuestros. Con las mascarillas que han venido para quedarse, con nuestro geles del roce individual, con la distancia del que la salud le queda lejos, con la familia cada vez más virtual, y con unas ganas de besos, abrazos y arrechuchos que para que te cuento.
BIBLIOGRAFIA
https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019