Antonio Ares Camerino
Por enésima vez los datos macroeconómicos sitúan al sector turístico como motor incansable de nuestro PIB. Sea con el mercado nacional o con el extranjero, nuestra Comunidad se coloca a la cabeza en número de foráneos, de pernoctaciones y de gasto medio por visitante. Pero siempre hemos dejado un poco de lado al sector agroalimentario. Ese, más rural y a ras de suelo, que no entiende de estacionalidad y al que muchas veces se mira de soslayo, pero que siempre ha dado la cara en las situaciones más adversas, que fija población al territorio y que entiende de sostenibilidad. Nuestros aceites, nuestras frutas, verduras y hortalizas, nuestros pescados y su industria manufacturera, nuestros cereales, nuestros vinos y nuestras carnes. Nuestra cabaña porcina goza de un futuro con estrellas culinarias y sus derivados son un auténtico lujo para los paladares más exigentes. Jamón, chorizo, caña de lomo, salchichón, morcilla, longaniza, butifarra, lomo en manteca, chicharrones, carne mechá, manteca blanca, manteca colorá, con tropezones, con asiento. Toda una industria del buen comer que está en jaque.
El brote de listeriosis ha supuesto un auténtico cataclismo para la industria cárnica andaluza, esa de producción artesanal y de la que depende no sólo el trabajo de miles de familias, sino el prestigio culinario de nuestra Comunidad donde su gastronomía, junto con su cultura, su clima y sus gentes, son estandartes de lujo.
Durante este verano estamos asistiendo al brote de Listeriosis más importante que se ha producido en España. Todo indica que su origen se debe a las deficientes condiciones higiénico sanitarias en la manipulación, procesado y conservación de productos cárnicos de la empresa Magrusis con sede en Sevilla. Si bien es una enfermedad, casi siempre de carácter leve, puede llegar a ser grave para mujeres embarazadas, recién nacidos y personas adultas con el sistema inmunitario deficitario. Tiene un largo periodo de latencia que puede superar los dos meses. Tres personas fallecidas, tres abortos, tres muertes fetales intrauterinas, dos recién nacidos con infección y más de doscientas afectadas, son el balance de esta triste alerta alimentaria. Nunca se ha conocido una alerta sanitaria de tal calibre. Desde el Servicio Andaluz de Salud se han dado instrucciones de contactar con todas las embarazadas para preguntarle si han comido el alimento contaminado y si es así citarla en consulta para realizar tratamiento preventivo con amoxicilina.
La alarma se ha extendido a los productos elaborados por la empresa gaditana “Sabores de Paterna”, esa que fabrica los chicharrones que encandilaron a Albert Adriá.
Las pérdidas en el sector pueden ser dramáticas. Por toneladas se contabiliza la carne elaborada devuelta y retirada del consumo por las Autoridades Sanitarias. Recuperar la confianza en nuestros productos tradicionales va a costar mucho tiempo y esfuerzo. Recomponer el prestigio va a costar, volver a la confianza se augura lento y tortuoso.
Los controles sanitarios en los productos alimentarios de consumo humano y animal están para ser cumplidos a raja tabla. La comunidad científica es la que aporta la evidencia sobre las normas a aplicar. En un sector tan cambiante y tan transversal la puesta al día es fundamental. Corresponde a las Administraciones Sanitarias el dictar las normas y elaborar los protocolos a seguir. Las autoridades sanitarias autonómicas y locales, con competencia en seguridad alimentaria, tienen la obligación de supervisar e inspeccionar que las normas se cumplen a raja tabla. Las empresas que manipulan, elaboran y procesan productos alimentarios tienen el deber de cumplir con las normas establecidas. En esta crisis algunas cosas han fallado. Los protocolos precisaban de ser actualizados, las administraciones sanitarias con competencias en materia de seguridad alimentaria no han estado rápidas en la respuesta ni coordinadas en la información unívoca que la población merece. La empresa investigada, ni sabe ni contesta. Todo son evasivas y oscurantismo, lo que hace sospechar una culpabilidad, o bien por negligencia o por malas prácticas continuadas.
De todas las crisis se aprende. De esta podemos concluir que esto es mejorable. Protocolos actualizados y adaptados a las nuevas técnicas de procesado, manipulación, conservación y distribución de los alimentos. Unas normas, de obligado cumplimiento para las empresas, claras y concisas. Unas inspecciones periódicas que no sólo tengan valor coercitivo y sancionador sino informativo y preventivo. Una Administración Sanitaria única con competencias claras y precisas en materia de seguridad alimentaria. Un sistema de sanciones acordes con los daños posibles ocasionados a los consumidores. Posiblemente si los empresarios que escamotean las normas sanitarias, en favor de unos beneficios económicos de corto recorrido, conocieran el alcance de su doloso incumplimiento, supieran el daño para la salud y la vida que supone el no ser estricto en su deber, seguro que serían más precisos en su celo profesional.
Ahora, que se vislumbra la campaña navideña 2020, es el momento de hacer el pedido de productos de nuestra tierra. Seguro que la alerta sanitaria servirá para que comamos más seguro, la calidad con nuestros productos la tenemos garantizada.