Por José Enrique Izco Naranjo
Todo empezó con un correo… Se anunciaba una ruta senderista para el día 26 por “Piedra Escalera, Mirador Cueva del Moro y silla del Papa” y , con la ilusión, el recuerdo, y aún recuperando del Camino, nos apuntamos de inmediato.
Y llegó el sábado 26. Se asomaba un día hermoso y distinto en esos parajes, el viento no iba a recibirnos ni a acompañarnos en todo el camino, había que salir con tiempo, repasamos las mochilas, agua, fruta, frutos secos,… todo listo, al coche y nos dirigimos a ese Parque Natural del Estrecho.
Eran las 10 de la mañana y el lugar, de no encuentro, estaba vacío. Solo una indicación, en la ultima bifurcación, nos señalaba a un lado carretera cortada y, también, La Quesería y al otro “Carretera que no comunica con Zahara”, además de, “Miradores de Camarinal y Cueva del Moro”. Era cuestión de esperar. No eran las 10 y el lugar invitaba a ello.
Al momento llego el primer coche, las guias, y a partir de ahí, los telefónos, las idas por los demás, los saludos y, poco a poco, bajo la atenta mirada de unos buitres leonados, majestuosos en su vuelo, nos congregamos los 60 ruteros. Y las dos guías. Y Crisis, la mascota.
Y tras unas interesantes explicaciones, donde se traslucía gran conocimiento y sentimiento por lo que nos mostraban, además de alguna consideración, “particularmente femenina”, realizada por nuestras guías, iniciamos la ruta. Pronto hicimos la primera parada, el Mirador de Camarinal, nuestro primer ohhhhhh… Bolonia, Africa despertando tras la bruma, la Duna caminante, el Pinar que se va escondiendo bajo ella, el Faro, el Atlántico,…una preciosa estampa para empezar a caminar, y a recordar. También, pronto, empezamos a no entender lo que se nos decía en el correo: trazado lineal…
A medida que andábamos hacia la Cueva del Moro, íbamos viendo toda la vegetación que se nos había comentado: el tojo, o abulaga o aulaga, como nos decía se le llamaba allí, los lentiscos, los palmitos, las jaras pringosas… que parecía que se unían a nosotros en el sudor de una mañana calurosa. Los paisajes de pinos y eucaliptos, que en nuestro caminar íbamos disfrutando y nos iban dejando su presencia quieta y su indiscutible aroma, nos acompañarían hasta la próxima parada. Y el mar detrás… azul, verdoso, celeste azulado… sorprendentemente tranquilo y sereno, era todo un verdadero placer para parar, mirar y recrearse.
Seguíamos caminando…
La Cueva del Moro, segundo mirador, segunda parada. Veinticinco metros de escalada para acceder a ella. Una gran laja de rocas que guarda en su interior grabados y pinturas que, hace unos 20.000 años, unos anteapasados, inquietos y cazadores, recolectores y artistas, quisieron, en ese gran mirador, dejarnos recuerdos de su mundo, de nuestro ayer paleolítico.
Dejábamos atrás la Cueva del Moro, la pendiente y el paisaje iban cambiando a un sendero plano y abierto, con restos de un pasado de eucaliptos que murió para que pudiera emerger desde el silencio oscuro de no ser vista, esa gran pared, disfrute de esacaladores, y cerca de la cual hicimos nuestra tercera parada. Enfrente la Sierra de San Bartolomé.
Fue aquí, en donde los alcornocales y acebuches empiezan, y junto a esas sensacionales lajas, cuando tuvimos ese momento de aventura, de nervios, de incertidumbre ante lo desconocido. No pudo ser, pero fue aquí, cuando fuimos tras la busqueda de la planta carnívora. No la vimos, no la encontramos, o quizás si, quizás quedó entre las huellas de alguna de nuestras pisadas, o quizás sería Crisis en su andar, no preocupado, de mascota.
Y nos quedaba llegar a la Silla del Papa, la veíamos no lejos , dominando con sus 458 metros la Sierra de la Plata y tras andar entre un paisaje mas parecido al que hubo, sin pinos, con alcornoques, sin eucaliptos, con acebuches y, por fin, entre esperados helechos. Fue cruzar una verja y casi llegar. Llegar a la civilización, la de ayer y la de hoy. Propiedad privada y antenas de repetidores de televisión y telefonía nos daban paso al ayer. El ayer ibero-turdetano y el hoy del mundo occidental.
Impresionante el oppidum de la Silla del Papa, enigmático sus grabados en la piedra, maravillosas sus vistas desde el punto geodésico. Un lugar extraordinario, para estar, visitar y parar. Comimos en Bailo.
Antes, y como si hubiéramos realizado un ancestral rito, ante el que pudo ser un antiguo templo, también tuvimos nuestro acontecimiento relevante, nuestro milagro, aparecieron nuestras dos compañeras “perdidas”.
Comidos ya, y antes de empezar la última parte de la ruta, nos adentramos en los restos del poblado púnico-turdetano, admiramos los mechinales, huellas de un pasado excavado entre las rocas, y apreciamos las dos barreras rocosas que daban a este asentamiento una defensa natural.
Iniciamos el final de la jornada y, antes de dejar atrás la Silla del Papa contemplamos en la distancia la excavación de lo que puede ser una iglesia o ermita… es la historia que lucha por acercar los pasados,… Bailo, Baelo, el cristianismo.
La bajada hasta el final de la ruta, fue larga, y distendida, y calurosa. Terminábamos una jornada intensa, las horas habían ido quedando atrás entre jaras, tojos o alcornoques, o entre conversaciones animadas que hablaban de trabajo, algunas, de recuerdos, otras , y, otras simplemente, compartiendo con el de al lado lo maravilloso del día que estábamos disfrutando.
Y llegamos a los coches, al inicio, no sin antes dejar atrás una recomendada Quesería, que se nos presentó cerrada, y que como la siguiente ruta, estaremos encantado de volver.
Y nos fuimos marchando en un silencio de adioses, desde el lugar que nos vió iniciar la jornada. La laja que mira a Camarinal nos despidió y fue ella la que escuchó al iniciar la ruta ese grito de “A donde vamos”.
Fue una gran jornada. Gracias a todos.