Miguel Fernández-Melero Enríquez, Jefe Asesoría Jurídica del COMCADIZ
No cabe duda de que vivimos tiempos difíciles. Posiblemente sea por la situación de pandemia que nos asola, pero lo cierto es que se nota una crispación en el ambiente que está haciendo ciertamente difícil la convivencia. A esto no escapan las relaciones de los médicos con sus pacientes o sus familiares, de forma que en ocasiones se producen fricciones que pueden alcanzar cotas alarmantes.
Puede parecer que se trata del signo de los tiempos, pero lo cierto es que las relaciones de médicos con pacientes hace ya mucho tiempo que pueden ser difíciles, penosas, complejas, desagradables o molestas.
Sobre este tema se pronuncia el Código de Ética y Deontología Médica, cuyo artículo 9.2 establece que en el ejercicio de su profesión el médico actuará con corrección y delicadeza, respetando la intimidad de su paciente. El recordado Dr. D. Gonzalo Herranz, referente mundial en la cuestión de ética médica, en su obra ‘Comentarios al Código de Ética y Deontología Médica’, al glosar el mismo artículo que en el Código anterior era el número 8 y con letra muy parecida al actualmente en vigor, escribió con mucha precisión sobre el particular lo siguiente:
“La primera manifestación del trato correcto del médico es ser comprensivo. El buen médico debe tener una tolerancia muy amplia hacia sus enfermos, pues algunas dolencias trastornan, muy profundamente a veces, el carácter de los pacientes, que se vuelven impertinentes, farragosos, agresivos o desconfiados. La ilimitada capacidad de desobediencia que algunos enfermos muestran hacia las órdenes del médico, o su huida hacia formas marginales o folclóricas de tratamiento, pueden llegar a agotar la paciencia del médico. El médico debe armarse entonces de mucha comprensión y capacidad de disculpa. Y cuando ya no pueda ceder más, porque la salud del enfermo o la dignidad de la Medicina así lo requieren, procurará con firmeza y sin herir, mostrar a sus pacientes cuáles son las condiciones mínimas que les impone para seguir atendiéndoles”.
Y lo que dijo el profesor Herranz de los pacientes es aplicable también a los familiares, que en muchas ocasiones se encuentran afectados por el miedo, la angustia, la ansiedad, la inquietud, la tristeza, la rabia o la pena por la suerte del familiar afecto de una enfermedad o por la muerte, haciéndoles reaccionar de forma absolutamente injusta hacia el médico, que lo único que pretende es llevar la cura, el alivio o, en última instancia, el consuelo hacia quien se encuentra en una situación ciertamente desgraciada.
Por eso el colegiado debe armarse de paciencia y comprensión, aguantando hasta donde sea posible el mal carácter de pacientes y familiares. Y cuando ya la gota colme el vaso del aguante, entonces es el momento de acudir a la Asesoría Jurídica del Colegio de Médicos para que se puedan adoptar otras medidas menos comprensivas.
Y la semana que viene, más.