Herminia Vaca y José Manuel Baena
Es frecuente que cuando dices “me voy a China” alguien te conteste: “tienes valor… si hoy se ve todo en internet”… No, no es lo mismo. No puede compararse. Viajar a un país con costumbres tan distintas a las nuestras enriquece y da una visión real de lo que nosotros, hasta ese momento, habíamos imaginado o una visión real de la idea que nos hemos fraguado a lo largo de nuestra vida y siempre desde la opinión de otros.
De Beijing o Pekín, después de visitar el Templo del Cielo, cenar en el típico restaurante “El Pato Laqueado, pasear por Tian’anmen, perdernos por la “Ciudad Prohibida” visitar la Fábrica de Perlas de Agua Dulce, la Gran Muralla China, recorrer el Camino Sagrado de las 13 tumbas de la dinastía Ming y regatear en el Mercado de la Seda, nos quedamos con la impresión de una ciudad millonaria en habitantes, con los contrastes de los grandes rascacielos modernos con las casas antiguas y pobres, con Mao omnipresente en Tian’anmen, con la belleza de una Ciudad Prohibida a la que se le ha abierto la veda y está continuamente invadida de chinos, al igual que la mítica muralla donde difícilmente encuentras un sitio para relajarte y admirar ese bellísimo paisaje bucólico, con el atractivo de las perlas y con el regateo con mayúsculas… Un regateo que después de unos días nos daba pereza por cansino.
Nuestra siguiente escala es Tíbet, Lhasa su capital, a la que llegamos después de varias demoras ya que el aeropuerto tibetano es compartido de uso civil y militar y los militares, por supuesto, imponen sus criterios. Tras el primer impacto visual de Lhasa, nos faltan ojos para asumir tal despliegue de colorido, banderas chinas, fotos de los presidentes, faroles rojos, banderines, puestos de productos típicos, el tráfico, los motocarros, ciclomotores hacinados de personas y cachivaches, ese caos circulatorio donde el claxon es de uso obligatorio… Uffff… el Oxígeno… nos falta Oxígeno… que cansados… ya mover la maleta se nos hace un mundo, con la impresión de estar a punto de salirnos del planeta. La comida… el yak, ese animal multiusos en el Tíbet… el picante en todo lo que pruebas… tras pasar una mala noche por los síntomas del mal de altura casi todos listos para subir (aún mas) a los Monasterios Sera y Drengpu, al palacio Potala, al Templo Jokhang y volver a regatear en el mercado de Barkhor.
Aquí nos quedamos con tantas impresiones que son difíciles de describir: un olor profundo, aromático, un tanto espeso como de muchos siglos de tradición que impregna todo lo que nos rodea y que mezclamos con el poco oxígeno que nos llega… Un Buda, dos, tres… interminables representaciones de buda rodeados de ofrendas en forma de billetes y de velas alimentadas por grasa de yak. Las tumbas de oro de los Dalai Lama son impresionantes. Por cierto, yo imaginaba a los Lamas en nirvana, en una dimensión casi irreal, pero los encontré chateando continuamente con un iPhone entre sus faldones y bebiendo Po cha (té con manteca de yak). Yo me quedo con sus discusiones tan grandilocuentes, la adoración incondicional de los creyentes tibetanos, sus múltiples ofrendas económicas aunque aparentan escasez, sus incondicionales rezos murmurados reclinados en el suelo, algo que nos impacta sobremanera porque los niños tienen un papel destacado. Y por último el cielo… pareces tocarlo… es de un azul límpido.
Con alivio llegamos a XI`AN, no sin que Angel, nuestro jefe de viaje y la encantadora Alma, nuestra guía local pronunciasen un emotivo “please help me!” a los de Air China para que no nos dejasen pasar la noche en Chengdu e incumplir todo lo programado: Guerreros de Terracota, Fábrica de Jade, Cena espectáculo de danzas tradicionales, Pagoda budista, Pagoda de la Oca Silvestre, Pequeña pagoda, Mezquita y Zoco del barrio musulmán de Xi’an.
De Xi’an nos vamos pensando que las maravillas de la antigüedad que hoy disfrutamos en un estado de conservación tan magnifico siempre son producto de “una locura, una excentricidad, un disparate” pero que gracias a esa gente paranoica, obsesiva con el poder, con la religión o con el miedo al más allá, podemos admirar el arte, las técnicas y la magnificencia que rodeaba esa cultura hace 2200 años. Si hoy sobrecoge la visión de los guerreros, imagino lo que sería en su momento ver 8000 figuras con todo su color, su esplendor y majestuosidad. Xi’an nos gusta como ciudad, es bella, es antigua aun no es cosmopolita… se mueve en la tradición, en su muralla.
Sin más demora volamos al trópico, a GUILIN, a realizar un crucero por el rio Li, a regatear y admirar al pueblo Yhangsuo, a navegar por sus canales y atravesar sus múltiples puentes, réplicas de los más famosos puentes del mundo, a sumergirnos en la cueva de la Flauta de Caña, a subir a la colina Fubo, a volver a admirar las perlas, en este caso de agua salada y a recorrer la calle principal del pueblo Daxú.
De Guilin no podremos olvidar nunca las montañas kársticas con infinidad de colinas que te rodean, verdes, de una vegetación exuberante donde destaca el Bambú. Tampoco olvidaremos ese crucero por un rio relajante, plácido, donde el tiempo parece detenerse, donde los habitantes de las aldeas ribereñas pescan con cormoranes y sonríen al turista. Daxú es un poblado de la china “profunda” donde asoman vestigios de antiguo esplendor y cuna de una gastronomía casi impensable para nosotros.
Y de Guilin nos fuimos a Hangzhou a realizar un Crucero por el lago del Oeste, subir al Templo del Alma Escondida y acercarnos a los grandes Cultivos de Té. En Hangzhou el calor se nos hace sofocante por húmedo, lo que no impide que disfrutemos del crucero y que visitemos unos de los templos budistas más importantes de China. Incluso nos atrevemos a quemar ofrendas. Buda ya nos es muy familiar.
La siguiente meta es Suzhou donde llegamos en Tren de Alta velocidad tan cómodos que casi ni nos dimos cuenta. Arroz y Pescado. Eso significa su nombre, aunque ser pescador es también ser sabio. Eso se refleja en El Jardin del Pescador, una maravilla vegetal y arquitectónica y en la Colina del Tigre donde el Bonsai es el “rey”. Una fábrica de Seda, de seda bella y suave nos hace retrotraernos en el tiempo. Una Pagoda te recuerda la torre de Pisa. Y el recorrido por los canales del poblado Tongli te recuerda a Venecia. Ya no nos llama la atención lo rudimentaria que resulta la vida en China.
Y por último Shanghai. Es difícil imaginar que la población de media España viva allí, pero es la verdad. Llegamos a una inmensa y bellísima estación ferroviaria donde bullen los chinos por todas partes, donde el ritmo es frenético y descubrimos una ciudad cosmopolita con los rascacielos más coloridos y espectaculares que podríamos imaginar. Todo ello contrasta con la ciudad antigua, “El Jardín de la Alegría” y el Templo de jade, donde un solo bloque de Jade de tres toneladas se convierte en una escultura magnifica de nuestro ya conocido y familiar Buda.
En fin, un fantástico viaje donde el buen humor fue la tónica general y donde ocurrieron muchas anécdotas, sufrimos por una maleta bloqueada, por un pasaporte deteriorado y por los innumerables controles de seguridad, cacheos e inspecciones de enseres. Bailamos con nuestros carros y maletas en un aeropuerto al son de “follow the leader, leader… sígueme”, alguna que otra convirtió el edredón de seda en un compañero inseparable, así como el arroz, arroz con pollo , arroz con ternera, arroz, arroz, a todas horas, vimos todas las variedades de letrinas habidas y por haber, alguna llevó mal el mal de altura, nos asombraban las clases de tai-chi y bailes en las calles, dominamos la técnica Selfie, la escritura con tinta china y el idioma nii hao, pu pu pu…
Por ultimo destacar y agradecer a Angel Martín (Viajes El Corte Inglés) que nos hizo el viaje perfecto con sus gestiones y por su simpatía se convirtió en un amigo. A Carmen Sebastianes por unir a un grupo estupendo y estar siempre pendiente de nuestras necesidades y, por ultimo, no puedo terminar sin nombrar a los que para mí y supongo que para muchos han sido uno de los descubrimientos de este viaje: Pili y Josu, gracias por vuestra lección magistral.
Desde ahora y para siempre China forma parte de nuestra vida.