Se ha celebrado el pasado día 6 el DIA MUNDIAL DEL PACIENTE TRASPLANTADO, auspiciado por la OMS con el objetivo fundamental de que la sociedad en general tome conciencia de que hay millones de personas con enfermedades crónicas o terminales, que precisan del trasplante de un órgano para seguir viviendo. Con este motivo, me ha parecido oportuno el traer a las páginas de Medicina Gaditana la importancia de la donación de órganos y tejidos, que cada vez es mayor, ya que esa donación puede constituir la diferencia entre la vida y la muerte para un ser humano, además de poder mejorar la calidad de vida de muchas personas que necesitan piel, córneas, válvulas cardiacas, tendones, etc. Y al mismo tiempo hacer algunas breves consideraciones éticas.
Desde el punto de vista ético no hay, por supuesto, ninguna objeción a los trasplantes de órganos, aunque sí que puede haber controversias acerca del procedimiento en virtud del momento adecuado para proceder a la extracción de un órgano en un donante.
No cabe duda de que la donación inter vivos es también éticamente aceptable, siempre que no se comercialice con la misma y sea absolutamente altruista. Esta modalidad es expresión de una solidaridad y de un amor que solo suele darse entre familiares. Y así, tenemos múltiples ejemplos de donaciones de riñón o de lóbulos hepáticos a seres queridos: esposos, hijos, hermanos, etc. No obstante nuestro Código de Ética y Deontología en su artículo 49.3 expresa que han de reunirse las siguientes condiciones:
a) Velar para que exista una proporción razonable entre el riesgo para el donante y el beneficio para el receptor.
b) Actuar siguiendo un protocolo consensuado con todos los profesionales implicados en el proceso, consultando al comité de ética asistencial del centro y, si procediera, a la Comisión de Deontología del Colegio.
c) Asegurar que el proceso de información sea suficientemente claro y detallado, y que no haya mediado coacción, presión emocional, económica o cualquier otro vicio en el consentimiento.
El problema ético se puede presentar en las donaciones procedentes de cadáveres con respecto al momento en que se puede proceder a la extracción del o de los órganos. ¿Donación en asistolia? ¿Donación con muerte cerebral?
El R.D. 2070/1999, que actualizó Leyes anteriores, establece para la muerte por parada cardiorespiratoria “que se debe diagnosticar el cese de dichas funciones mediante la comprobación inequívoca de la ausencia de latido cardíaco y de respiración espontánea por un periodo no inferior a 5 minutos (y que algunos establecen en 15 minutos), tras las correspondientes maniobras de reanimación si las circunstancias lo aconsejan. Y en caso de hipotermia recalentando el cuerpo antes de establecer la irreversibilidad de la parada”.
Para la muerte cerebral, la legislación establece que deberá confirmarse por exploración neurológica, comprobando que haya:
– Coma arreactivo sin respuesta al dolor
– Ausencia de reflejos troncoencefálicos y de respuesta cardíaca a la infusión de atropina
– Apnea demostrada mediante test de apnea, repitiendo las pruebas o no en tiempo variable, según el origen del cuadro clínico.
En caso de tener que hacer este diagnóstico en niños de cualquier edad, los criterios son más rigurosos, incluyendo tras cada exploración un EEG e incluso alguna prueba de flujo sanguíneo.
A la vista de lo anterior, el principal conflicto ético radica en establecer cuál es el momento en que se debe realizar la extracción de los órganos para trasplante. Según algunas tendencias, cuanto menos restrictivo sea el criterio que se aplique, mejores serán las condiciones del órgano a trasplantar, ya que cuanto más tardía sea la decisión las condiciones de los órganos a extraer serán peores al ser mayor el tiempo que ha estado sin perfusión, lo cual implicaría una pérdida de oportunidades para muchos de ellos. Pero este es un criterio eminentemente utilitarista que tiene grandes reservas éticas.
La muerte cerebral total implica en breve periodo de tiempo la parada cardiorespiratoria. Establecer la existencia de estos síntomas y mantener un periodo prudencial de tiempo en que sea excluida toda posibilidad de resucitación parecen los criterios más seguros para determinar el momento de la muerte.
Ha de exigirse, por tanto, máximo respeto a la dignidad de la persona desde la concepción hasta la muerte natural. Una persona agonizante sigue siendo un ser humano merecedor de todo respeto, por lo que toda intervención que le provoque directamente la muerte es rechazable, cosa que sucedería si se le extrajera un órgano sin tener las rigurosas pruebas que determinen el final de su vida.