Antonio Jesús Bellón Alcántara, Doctor y Académico Correspondiente de Medicina.
En cierta ocasión, un niño le preguntó a su padre: <<Papá, ¿por qué hay que ser bueno?>>, a lo que el padre respondió de inmediato: <<Para ser feliz>>. Tanto la pregunta como la respuesta son de tal simplicidad que parecen corresponder al comienzo de un cuento infantil.
Sin embargo, Hans Küng, teólogo, escritor suizo y Presidente de la Fundación por una Ética Mundial, en su obra de 1991 Proyecto de una ética mundial, se hace las mismas preguntas que aquel niño: <<¿Por qué hacer el bien?>>, <<¿Por qué no hacer el mal?>>, <<¿Por qué no está el hombre más allá del bien y del mal (F. Nietzsche), únicamente entregado a su voluntad de poder (éxito, riqueza, placer)?>>. En definitiva, se pregunta, <<Ética, ¿para qué?>>. Y concluye, tras una serie de razonamientos: <<Sin moral, sin normas éticas universalmente obligantes, sin global standard, las naciones se van a ver abocadas, por decenios de acumulación de problemas, a una crisis colapsante, es decir, a la ruina económica, el desmoronamiento social y la catástrofe política>>.
El primer problema que surge al hablar de ética y de moral, proviene precisamente de la etimología de ambos términos. Ética deriva del griego ēthikós, ético, moral, derivado, a su vez, de ethos, uso, costumbre. El término moral, deriva del latín moralis, relativo a las costumbres. Es decir, la costumbre tiene un rol fundamental en ambos casos.
La primera cuestión que emana espontáneamente al conocer la etimología de ambos vocablos es si el término griego ética es sinónimo del latino moral. Ambos conceptos se han interpretado de diversas formas a lo largo de la historia por diferentes corrientes de pensamiento. Igualmente, su interpretación varía según el contexto en que se empleen; así, en religión se suele usar el término moral, mientras que en otros ámbitos (medicina, genética, política, negocios, etc.) se habla de ética.

La moral se refiere al conjunto de normas y principios que se basan en la cultura y costumbres de determinado grupo social. Es decir, la moral se aplica a un grupo, como aquellas costumbres que se deben obedecer para el buen actuar. Es obvio que cada cultura o grupo humano tiene morales diferentes . La moral es cultural, temporal y práctica.
La ética es el estudio y reflexión que hace el individuo para discernir lo que está bien y lo que está mal. La ética es universal, permanente y teórica.
Todo ello nos conduce a la siguiente pregunta: ¿Son las costumbres las que “construyen” la moral y la ética? ¿Son ambas un simple constructo de las costumbres imperantes en un lugar o época determinados? Pongamos un ejemplo a fin de intentar clarificar esta cuestión. Según el historiador Plutarco, los espartanos despeñaban en el monte Taigeto a los recién nacidos con defectos físicos. Esta costumbre de infanticidio eugenésico, que hoy podríamos calificar de bárbara e inmoral, era considerada necesaria y práctica por los espartanos, un pueblo preparado para la guerra que no podía permitirse ciudadanos con taras físicas. En el año 650 a.C. Esparta era ya una potencia militar de la Antigua Grecia.
Según lo dicho anteriormente de que la moral se aplica a un grupo, como aquellas costumbres que se deben obedecer para el buen actuar, los espartanos actuaban moralmente porque consideraban necesaria la eliminación de recién nacidos con taras físicas. Igualmente, desde el punto de vista jurídico , estos infanticidios estarían amparados por el derecho consuetudinario y, por tanto, serían legales.
Acabamos de plantear un dilema que, a día de hoy, sigue sin estar solucionado, y es la dicotomía antagónica que existe, en muchos casos, entre lo que es ético, moral o legal. El debate existente en la actualidad en muchos países sobre el aborto o la eutanasia, son claros ejemplos de la complejidad y las divergencias que pueden existir entre ética, moral y legalidad en diversos aspectos sociales.
Hasta ahora, hemos tratado de analizar la pregunta inocente, pero profunda, de aquel niño que interrogaba a su padre sobre la necesidad de ser bueno. Vamos a ocuparnos seguidamente de la respuesta paterna: <<Para ser feliz>>.
Fernando Savater, filósofo y escritor español, en su obra Ética como amor propio afirma: <<Ser bueno es la voluptuosidad más exquisita y deliberada. No se sostiene que cualquier placer sea virtuoso, sino que la virtud es el más voluptuoso de los placeres; si no fuera así, no habría por qué sentir ningún interés por ella. De tal modo que Montaigne propone que cambiemos el nombre de la virtud y, en lugar de derivarlo de vigor o fuerza (en latín, vir), lo hagamos provenir del placer (en griego, hedoné)>>. Y aclara: <<Aquí está el meollo de lo que más puede contrariar a los puritanos o inmoralistas (F. Nietzsche) que oponen radicalmente placer y virtud: el fondo mismo de la virtud -lo que el virtuoso pretende- es obtener un placer y no un placer cualquiera, sino el más voluptuoso de todos.>>.
Quizás ahora, después de conocer los planteamientos de Hans Küng y de Fernando Savater y situarlos en el injusto y conflictivo panorama mundial actual, no nos parezca tan simple el diálogo entre aquel niño y su padre y también lleguemos a la conclusión de que para ser felices necesitamos unos principios y valores éticos que modelen nuestra conciencia y nos ayuden a conducirnos en la vida por la senda del bien y no del mal.
Es posible que Oskar Schindler, miembro del Partido Nazi alemán y gran amante de los placeres mundanos, en un estado de clarividencia, descubriera que la virtud de hacer el bien es el más voluptuoso de todos los placeres, tal como afirman Montaigne y Savater. Schindler salvó la vida de unos 1200 trabajadores judíos de sus fábricas de utensilios de cocina y munición; para ello, sobornaba a altos oficiales de las SS con costosos regalos, lo cual siguió haciendo hasta el final de la guerra en Europa en mayo de 1945, lo que le supuso gastar toda su fortuna. Por su gran labor durante la guerra en defensa de los judíos, Oskar Schindler fue nombrado en 1963 Justo entre las Naciones, una distinción otorgada por el Estado de Israel. En 1966 se le nombró miembro de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania y en octubre de 1968 de la Orden Ecuestre de San Silvestre Papa y Mártir. Murió el 9 de octubre de 1974 y está enterrado en el cementerio del Monte Sion de Jerusalén, siendo la única persona que fuera miembro del partido nazi que goza de ese honor.
La magnífica película de Steven Spielberg La lista de Schindler (1993) atesora una de las más célebres frases de la historia del cine. En una lóbrega oficina del campo de trabajo de Plaszów, Polonia, el contable Itzhak Stern (Ben Kingsley) está mecanografiando la relación de empleados judíos que su jefe, Oskar Schindler (Liam Neeson) pretende salvar de una muerte segura. Al finalizar, Stern levanta los folios y le dice: <<Mire, esta lista es el bien absoluto. Esta lista es la vida. Más allá de sus márgenes se abre el abismo>>.