Antonio Ares Camerino
“Desde el amanecer, y hasta bien entrada la tarde noche, aquel polígono industrial era todo un trasiego de vehículos de transporte de todo tipo. Camiones de diversos tonelajes y furgonetas de reparto de todos los colores y variopintos logotipos. Nada más entrar en las instalaciones industriales, en la primera calle a la derecha se había instalado recientemente una empresa que causaba extrañeza a los miles de trabajadores que cada mañana acudían al trabajo. En la puerta, con grandes letras color azul cielo, sus señas de identidad, Kiss-Abrazos Corporation S.A. allí sólo descargaban furgonetas de pequeño porte. De las mismas sacaban pequeñas cajas de poco peso. Los vigilantes de seguridad de aquel polígono habían llegado a la conclusión de que aquella nave se utilizaba solamente como almacén, que no existían albaranes de salida de mercancías. Uno de los de seguridad había averiguado, bajo cuerda, que en ella se almacenaban los abrazos y los besos que no se habían podido dar durante la pandemia. Millones, que digo miles de millones de abrazos y besos, de caricias y apretujones, esperaban el momento de ser manifestados en todo su esplendor en otros cuerpos. El devenir de los acontecimientos le estaba planteando al Consejo de Administración de la Empresa ampliar las instalaciones del siglo pasado.
En la década de los años del siglo pasado Kevin Zaborney, psicólogo por la Universidad de Michigan, se puso a analizar el estrés recurrente de la mayoría de las personas, y llegó a la conclusión de que si se recibieran más abrazos, esto podría ayudarles a su salud mental, emocional e incluso física. Por ello decidió proponer el día 21 de enero de cada año como el Día Internacional del Abrazo. Un estudio reciente publicado por la prestigiosa Revista Lancet constata un aumento en 53 millones de casos de trastornos depresivos mayores a causa de la pandemia. Los datos demuestran un incremento del 28% de estas patologías psiquiátricas, identificando como grupos más afectados a las personas jóvenes y a las mujeres.
“El uso de la mascarilla ha provocado que las sonrisas se hayan convertido en tan íntimas que han quedado al margen de nuestras relaciones cotidianas”
El ser humano es un animal eminentemente social. La privación de ese contacto físico y social, fundamentales para un desarrollo pleno de nuestra personalidad y potencialidades, a las que nos ha llevado la pandemia, nos sitúan en una posición de vulnerabilidad frente a todas las patologías donde las relaciones personales y sociales se convierten en un elemento de protección y de terapia al mismo tiempo.
El Jurado del prestigioso Premio Internacional de Fotografía World Press Photo de 2020 concedió el galardón a la mejor foto del año a la realizada por el fotógrafo danés Mads Nissen, titulada “Un abrazo de plástico”. En la misma se mostraba a una anciana de 85 años, de una Residencia de Mayores de Sao Paulo, que está siendo abrazada a través de una funda de plástico, por su enfermera, a la que podía manifestarle su cariño después de cinco meses de reclusión carcelaria.
Los puños y los codos, los pestañeos bajo tapabocas y los saludos con distancia de seguridad se han convertido en la nueva forma de relación. No existe calor ni roce, no se escucha el latir del corazón del otro, y el nuestro palpita en soledad. Las sucesivas olas de la pandemia nos están llevando al terreno del negro desapego. Nuestro carácter latino es de tocarnos. Nuestra comunicación no verbal la solemos llevar a nuestra máxima expresión. No sólo usamos las miradas como parte fundamental de una conversación, sino que nuestra expresión facial delata nuestras emociones. El uso de la mascarilla ha provocado que las sonrisas se hayan convertido en tan íntimas que han quedado al margen de nuestras relaciones cotidianas. El contacto físico como elemento básico de conducta social se ha visto reducido a su mínima expresión. Los apretones de manos y los besos en la mejilla han pasado a ser elementos raros destinados a las personas más íntimas. Hablan de recuperar la vieja normalidad. Posiblemente estemos más cerca de conseguir volver a ese febrero de 2019, cuando todo eran apegos y roces con las personas que nos rodean.
Hasta que no podamos abrazar a nuestras anchas todo será distinto.
“A dónde irán los besos que guardamos,
Que no damos.
Donde se va ese abrazo si no
Llegas nunca a darlo.
Donde irán tantas cosa que queríamos
En verano…”
Víctor Manuel. 1993
A dónde irán los besos